miércoles, 24 de diciembre de 2025

Mis deseos para esta noche

Esta noche, mientras la actualidad mediática insiste en recordarnos todo lo que va mal, me gustaría formular un deseo sencillo y nada ingenuo para esta Navidad: que, al menos por unas horas, las conversaciones en las mesas de Nochebuena no reproduzcan ese ruido constante que nos acompaña el resto del año. Que no haga falta repasar las guerras interminables, la crispación política convertida en costumbre, la polarización política y social, la inflación, la incertidumbre climática, las denuncias de acosos de todo tipo, o las polémicas que se consumen a la velocidad de un titular. No porque no importen, sino porque esta noche puede, y quizá debe, ser otra cosa.

Vivimos tiempos en los que todo parece exigir opinión inmediata, posicionamiento firme y respuesta rápida, y que poco a poco se ha trasladado a los entornos de amigos y familiares. Pero tal vez hoy podamos concedernos una tregua y dejar fuera de la mesa aquello que ya ocupa demasiado espacio en nuestra vida diaria. 

Porque mientras la actualidad se empeña en señalar lo que falta, en muchas casas hay algo extraordinario que damos por supuesto y seguro: el privilegio de estar juntos. Compartir mesa con quienes forman parte de nuestra historia y nuestras vidas, aunque no pensemos igual, aunque existan diferencias o silencios, sigue siendo un valor inmenso en un tiempo de vínculos frágiles y relaciones cada vez más breves, de familias rotas por la falta de amor o por los egoísmos y las ambiciones personales.

Esta noche, Nochebuena, merece la pena poner en valor lo sencillo en nuestras vidas: disponer de la salud suficiente para sentarse a cenar, la memoria de quienes ya no están pero siguen presentes en los recuerdos, la conversación sin pantallas a la vista, la risa que aparece sin buscarla, especialmente las de los más pequeños. También la capacidad de agradecer, tantas veces olvidada. El privilegio de verte rodeado de tantas personas queridas.

La Navidad, más allá de creencias o tradiciones concretas, habla precisamente de eso: de compartir. La Navidad no nació para medir su éxito por el volumen de consumo ni por el número de paquetes bajo el árbol. Sin embargo, las modas consumistas han ido vaciando su significado hasta confundir celebración con compra y afecto con precio.

Recuperar el sentido de la Navidad quizá consista en recordar que no todo se adquiere ni se envuelve. Que lo valioso no siempre brilla pero, si es realmente valioso, permanece. Que una mesa compartida, una conversación serena o un abrazo sincero sigan teniendo más fuerza que cualquier moda pasajera. Son algunos de mis deseos. 

No sé si estos deseos servirán de mucho cuando mañana vuelva el ruido y cada cual regrese a sus certezas. Pero esta noche me conformo con eso: con que recordemos las cosas valiosas, no precisamente materiales, de las que podemos disfrutar, con que recordemos y pensemos también en los que no tienen nuestra suerte, que no todo es consumo, que no todo necesita respuesta inmediata. Si logramos sentarnos a la mesa sin ajustar cuentas con el mundo, quizá la Navidad conserve todavía su sentido más antiguo y más necesario.

Feliz Navidad.


Os meus desexos para esta noite

Esta noite, mentres a actualidade mediática insiste en lembrarnos todo o que vai mal, gustaríame formular un desexo sinxelo e nada inxenuo para este Nadal: que, polo menos por unhas horas, as conversacións nas mesas de Noiteboa non reproduzan ese ruído constante que nos acompaña o resto do ano. Que non faga falta repasar as guerras interminables, a crispación política convertida en costume, a polarización política e social, a inflación, a incerteza climática, as denuncias de acosos de todo tipo, ou as polémicas que se consomen á velocidade dun titular. Non porque non importen, senón porque esta noite pode, e quizá debe, ser outra cousa.

Vivimos tempos nos que todo parece esixir opinión inmediata, posicionamento firme e resposta rápida, e que aos poucos se trasladou ás contornas de amigos e familiares. Pero talvez hoxe podamos concedernos unha tregua e deixar fóra da mesa aquilo que xa ocupa demasiado espazo na nosa vida diaria. 

Porque mentres a actualidade empéñase en sinalar o que falta, en moitas casas hai algo extraordinario que damos por suposto e seguro: o privilexio de estar xuntos. Compartir mesa con quen forma parte da nosa historia e as nosas vidas, aínda que non pensemos igual, aínda que existan diferenzas ou silencios, segue sendo un valor inmenso nun tempo de vínculos fráxiles e relacións cada vez máis breves, de familias rotas pola falta de amor ou polos egoísmos e as ambicións persoais.

Esta noite, Noiteboa, merece a pena poñer en valor o sinxelo nas nosas vidas: dispoñer da saúde suficiente para sentar a cear, a memoria de quen xa non están pero seguen presentes nos recordos, a conversación sen pantallas á vista, a risa que aparece sen buscala, especialmente as dos máis pequenos. Tamén a capacidade de agradecer, tantas veces esquecida. O privilexio de verche rodeado de tantas persoas queridas.

O Nadal, máis aló de crenzas ou tradicións concretas, fala precisamente diso: de compartir. O Nadal non naceu para medir o seu éxito polo volume de consumo nin polo número de paquetes baixo a árbore. Con todo, as modas consumistas han ido baleirando o seu significado ata confundir celebración con compra e afecto con prezo.

Recuperar o sentido do Nadal quizá consista en lembrar que non todo se adquire nin se envolve. Que o valioso non sempre brilla pero, se é realmente valioso, permanece. Que unha mesa compartida, unha conversación serena ou un abrazo sincero sigan tendo máis forza que calquera moda pasaxeira. Son algúns dos meus desexos. 

Non se se estes desexos servirán de moito cando mañá volva o ruído e cada cal regrese ás súas certezas. Pero esta noite confórmome con iso: con que lembremos as cousas valiosas, non precisamente materiais, das que podemos gozar, con que lembremos e pensemos tamén nos que non teñen a nosa sorte, que non todo é consumo, que non todo necesita resposta inmediata. Se logramos sentarnos á mesa sen axustar contas co mundo, quizá o Nadal conserve aínda o seu sentido máis antigo e máis necesario.

Bo nadal.

miércoles, 10 de diciembre de 2025

Acordar

Hace más de 40 años, los españoles entendieron que para dar un salto hacia el futuro sin sobresaltos y concordia, acordar no era una opción sino una necesidad urgente. Así en 1978, en un momento frágil y decisivo, los políticos y los ciudadanos tuvieron claro que sólo con acuerdos generosos se saldría de las décadas precedentes.  En medio del miedo que se respiraba había una esperanza madurando: la intuición de que sólo sería posible un futuro mejor si se construía entre todos, incluso entre personas de ideologías muy dispares. Aquella generación entendió que ceder nos era claudicar.

Los protagonistas de la llamada Transición fueron los ciudadanos y los políticos capaces de reconocer la humanidad del otro. Así la derecha aceptó el pluralismo político y la izquierda la monarquía; los nacionalistas vieron en las autonomías un paso incompleto pero histórico. Y en especial la sociedad española confió, lo que supuso el cimiento de nuestra Constitución.

Han transcurrido 47 años. España ha cambiado tanto que resulta extraño para muchos reconocer aquella disposición colectiva de entendimiento. Hoy, acordar se ha convertido en un verbo sospechoso, casi impropio. Lo que antes eran dos corrientes que podían entenderse, hoy parecen atrapadas en bloques rígidos donde las concesiones se interpretan como traiciones. La polarización hace irrespirable el clima social y político: en las redes, en las tertulias, en las sobremesas, en el relato. Todo ha conducido a transformar al adversario político en un enemigo, no un rival, al que en lugar de convencer hay que derrotar.

Muchos de los que hoy ocupan puestos de responsabilidad en la política, o no habían nacido o eran unos niños en aquella España del acuerdo, y quizás por ello lo que entonces parecía muy frágil hoy lo damos por garantizado. Los que no conocieron la falta de libertades o el autoritarismo no son conscientes de la necesidad de proteger esa valiosa herencia.

La política de hoy se centra en la inmediatez, el ruido, dificultando los acuerdos necesitados de tiempo y reconocimiento mutuo, consiguiendo que el acuerdo se haya convertido en un gesto contrario a la cultura impuesta desde el poder.

Los enfrentamientos continuados de los últimos años están provocando que las instituciones se tensen, la confianza de los ciudadanos se erosione, viviendo con la sensación de que las cosas que realmente importan no se resuelven como consecuencia de la falta de dialogo y acuerdos entre quienes piensan distinto. Por ello es más importante que nunca recordar que España en momentos más inciertos lograron lo que hoy parece una quimera. No estoy sugiriendo repetir 1978, ese contexto ya no se repetirá, sino recuperar aquella ambición política que nos permitió pensar en un proyecto común para los españoles.

Las palabras de la presidenta del Congreso en los actos por el 47º aniversario de nuestra Constitución sólo caben interpretarlas como un intento de cambiar las reglas del juego para asegurarse mayorías parlamentarias. Sería pervertir el significado de acordar, sería convertir los puentes hacia los pactos en moneda de cambio, en un instrumento para gobernar a cualquier precio en lugar de un medio para construir, convirtiendo el acuerdo en una trampa.  

Acordar

Hai máis de 40 anos, os españois entenderon que para dar un salto cara ao futuro sen sobresaltos e concordia, acordar non era unha opción senón unha necesidade urxente. Así en 1978, nun momento fráxil e decisivo, os políticos e os cidadáns tiveron claro que só con acordos xenerosos sairíase das décadas precedentes.  No medio do medo que se respiraba había unha esperanza madurando: a intuición de que só sería posible un futuro mellor se se construía entre todos, mesmo entre persoas de ideoloxías moi dispares. Aquela xeración entendeu que ceder éranos claudicar.

Os protagonistas da chamada Transición foron os cidadáns e os políticos capaces de recoñecer a humanidade do outro. Así a dereita aceptou o pluralismo político e a esquerda a monarquía; os nacionalistas viron nas autonomías un paso incompleto pero histórico. E en especial a sociedade española confiou, o que supuxo o cimento da nosa Constitución.

Transcorreron 47 anos. España cambiou tanto que resulta estraño para moitos recoñecer aquela disposición colectiva de entendemento. Hoxe, acordar converteuse nun verbo sospeitoso, case impropio. O que antes eran dúas correntes que podían entenderse, hoxe parecen atrapadas en bloques ríxidos onde as concesións interprétanse como traizóns. A polarización fai irrespirable o clima social e político: nas redes, nos faladoiros, nas sobremesas, no relato. Todo conduciu a transformar ao adversario político nun inimigo, non un rival, ao que en lugar de convencer hai que derrotar.

Moitos dos que hoxe ocupan postos de responsabilidade na política, ou non habían nado ou eran uns nenos naquela España do acordo, e quizais por iso o que entón parecía moi fráxil hoxe dámolo por garantido. Os que non coñeceron a falta de liberdades ou o autoritarismo non son conscientes da necesidade de protexer esa valiosa herdanza.

A política de hoxe céntrase na inmediatez, o ruído, dificultando os acordos necesitados de tempo e recoñecemento mutuo, conseguindo que o acordo se haxa convertido nun xesto contrario á cultura imposta desde o poder.

Os enfrontamentos continuados dos últimos anos están a provocar que as institucións se tensen, a confianza dos cidadáns erosiónese, vivindo coa sensación de que as cousas que realmente importan non se resolven como consecuencia da falta de dialogo e acordos entre quen pensa distinto. Por iso é máis importante que nunca lembrar que España en momentos máis incertos lograron o que hoxe parece unha quimera. Non estou a suxerir repetir 1978, ese contexto xa non se repetirá, senón recuperar aquela ambición política que nos permitiu pensar nun proxecto común para os españois.

As palabras da presidenta do Congreso nos actos polo 47º aniversario da nosa Constitución só caben interpretalas como un intento de cambiar as regras do xogo para asegurarse maiorías parlamentarias. Sería pervertir o significado de acordar, sería converter as pontes cara aos pactos en moeda de cambio, nun instrumento para gobernar a calquera prezo en lugar dun medio para construír, convertendo o acordo nunha trampa.  

miércoles, 26 de noviembre de 2025

La muralla que nos une

Se cumplen veinticinco años desde que la Muralla de Lugo fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Un cuarto de siglo ya. Y, sin embargo, todavía recuerdo la mezcla de ilusión y responsabilidad con la que, desde el gobierno municipal de aquellos años, trabajamos para iniciar e impulsar el expediente. Hicimos lo que nos correspondía: requerir a las administraciones competentes su implicación, buscar los apoyos externos necesarios e ilusionar a los lucenses con las obras de rehabilitación y peatonalización del casco histórico.

Después ya sólo tocaba esperar la decisión de la UNESCO, que llegó en noviembre del año 2000 para alegría de toda la ciudad. También recuerdo, como si fuese hoy, la mía. Ya no era alcalde ni tenía ninguna responsabilidad política, pero estoy convencido de que pocos se alegraron y emocionaron tanto como yo.

Conviene recordar que aquella iniciativa no fue una actuación aislada. Formaba parte de un proyecto de ciudad que pretendía poner en valor nuestro patrimonio histórico y también el patrimonio ecológico ligado al Miño. Ambas cosas, creo humildemente, las conseguimos: la Muralla alcanzó el lugar central que merecía y el río recuperó su protagonismo natural como gran espacio verde. Hoy los lucenses nos sentimos más orgullosos de lo nuestro, más conscientes del valor de lo que tenemos.

Los grandes logros colectivos casi nunca son fruto del azar. Requieren perseverancia, discreción y una visión compartida de lo que una comunidad quiere ser. La declaración de Patrimonio supuso ese momento en que Lugo empezó a mirarse con más autoestima y el mundo comenzó a fijarse un poco más en nosotros. El turismo creció, la ciudad empezó a sonar fuera y, como curiosidad, hasta en los concursos televisivos se dice ya la “L de Lugo”. Los visitantes siguen sorprendiéndose ante la Muralla con una admiración que aquí, a veces, damos por descontada.

Pero también es cierto que seguimos cayendo en la tentación de acordarnos de la Muralla sólo en los aniversarios. Sacamos la foto, organizamos un acto y volvemos a la rutina. No debería ser así. Un patrimonio universal exige un cuidado continuo y un orgullo que no dependa únicamente del calendario. En eso hay que valorar el esfuerzo de su propietaria, la Xunta de Galicia, que invierte anualmente importantes cantidades en conservar y mejorar nuestro principal monumento.

Y quizá ahora, cuando celebramos veinticinco años de reconocimiento y más de dos mil desde su construcción, convenga recordar su origen: fue un muro defensivo, levantado para proteger el asentamiento romano de Lucus Augusti y separar el dentro del fuera. Hoy, en cambio, debería cumplir la función opuesta. No dividir, sino unir. Ser un símbolo de acuerdos, de consensos posibles entre quienes gobiernan y quienes aspiran a hacerlo. Un recordatorio de que las ciudades prosperan cuando son capaces de sumar y no de levantar nuevas murallas invisibles.

La Muralla nos une a nuestra historia, sí, pero también podría unirnos en la tarea de construir un Lugo más consensuado, más dialogado y más seguro de sí mismo. Quizá este aniversario sea una buena ocasión para mirarla de nuevo con los ojos limpios de quien llega por primera vez y para entender que su verdadero valor se mide, sobre todo, en cómo la valoramos, la promocionamos y la cuidamos cada día.

A muralla que nos une

Cúmprense vinte e cinco anos desde que a Muralla de Lugo foi declarada Patrimonio da Humanidade. Un cuarto de século xa. E, con todo, aínda lembro a mestura de ilusión e responsabilidade coa que, desde o goberno municipal daqueles anos, traballamos para iniciar e impulsar o expediente. Fixemos o que nos correspondía: requirir ás administracións competentes a súa implicación, buscar os apoios externos necesarios e ilusionar aos lucenses coas obras de rehabilitación e peonalización do centro histórico.

Despois xa só tocaba esperar a decisión da UNESCO, que chegou en novembro do ano 2000 para alegría de toda a cidade. Tamén recordo, coma se fose hoxe, a miña. Xa non era alcalde nin tiña ningunha responsabilidade política, pero estou convencido de que poucos se alegraron e emocionaron tanto como eu.

Convén lembrar que aquela iniciativa non foi unha actuación illada. Formaba parte dun proxecto de cidade que pretendía poñer en valor o noso patrimonio histórico e tamén o patrimonio ecolóxico ligado ao Miño. Ambas as cousas, creo humildemente, conseguímolas: a Muralla alcanzou o lugar central que merecía e o río recuperou o seu protagonismo natural como gran espazo verde. Hoxe os lucenses sentimos máis orgullosos do noso, máis conscientes do valor do que temos.

Os grandes logros colectivos case nunca son froito do azar. Requiren perseveranza, discreción e unha visión compartida do que unha comunidade quere ser. A declaración de Patrimonio supuxo ese momento en que Lugo empezou a mirarse con máis autoestima e o mundo comezou a fixarse un pouco máis en nós. O turismo creceu, a cidade empezou a soar fose e, como curiosidade, ata nos concursos televisivos dise xa a “L de Lugo”. Os visitantes seguen sorprendéndose #ante a Muralla cunha admiración que aquí, ás veces, damos por descontada.

Pero tamén é certo que seguimos caendo na tentación de acordarnos da Muralla só nos aniversarios. Sacamos a foto, organizamos un acto e volvemos á rutina. Non debería ser así. Un patrimonio universal esixe un coidado continuo e un orgullo que non dependa unicamente do calendario. Niso hai que valorar o esforzo da súa propietaria, a Xunta de Galicia, que inviste anualmente importantes cantidades en conservar e mellorar o noso principal monumento.

E quizá agora, cando celebramos vinte e cinco anos de recoñecemento e máis de dous mil desde a súa construción, conveña lembrar a súa orixe: foi un muro defensivo, levantado para protexer o asentamento romano de Lucus Augusti e separar o dentro do fose. Hoxe, en cambio, debería cumprir a función oposta. Non dividir, senón unir. Ser un símbolo de acordos, de consensos posibles entre quen goberna e quen aspira a facelo. Un recordatorio de que as cidades prosperan cando son capaces de sumar e non de levantar novas murallas invisibles.

A Muralla únenos á nosa historia, si, pero tamén podería unirnos na tarefa de construír un Lugo máis consensuado, máis dialogado e máis seguro de si mesmo. Quizá este aniversario sexa unha boa ocasión para mirala de novo cos ollos limpos de quen chega por primeira vez e para entender que o seu verdadeiro valor mídese, sobre todo, en como a valoramos, promocionámola e coidámola cada día.

miércoles, 12 de noviembre de 2025

El precio de la conservación

El pasado sábado visité la fortaleza de San Felipe, en la ría de Ferrol. Sus piedras parecían recordar siglos de resistencia frente al mar y al paso del tiempo. Al día siguiente entré en el Museo Naval, donde maquetas, mapas y objetos antiguos conservan la memoria de una ciudad que unió su historia al mar. En ambos lugares la entrada es gratuita e hice la misma reflexión: lo que el tiempo quiso hundir aún flota porque algunos se empeñan en mantenerlo a salvo.

Esa idea de la lucha contra el olvido me acompañó de vuelta a Lugo, porque también aquí convivimos con un patrimonio valioso, a veces más presente que percibido. Pero esa riqueza, como el mar que erosiona la piedra de San Felipe, exige un cuidado constante. Y ese cuidado cuesta. Se trata de entender que lo gratuito no significa que nada cueste.

Vivimos tiempos en los que la gratuidad se ha convertido casi en un derecho, y donde la cultura de la subvención tiende a sustituir la implicación personal por una espera pasiva de que “alguien”, casi siempre la administración - nunca nosotros - lo resuelva todo. Esa mentalidad, aplicada al ámbito cultural, resulta peligrosa: convierte el patrimonio en algo ajeno, mantenido por otros, y nos exime de la responsabilidad de contribuir, aunque sea con poco, a su sostenimiento. Lo que se recibe sin esfuerzo suele perder valor, mientras que lo que se apoya con una mínima aportación adquiere sentido y pertenencia.

Que el acceso a muchos de nuestros monumentos sea libre es una conquista cívica que debemos preservar. Pero mantenerlos requiere recursos que salen de todos. En estos espacios, museos, monumentos o iglesias visitables, una aportación simbólica puede ser un modo de corresponsabilidad. La pequeña entrada no compra la cultura, sino que la sostiene.

Es cierto que ya pagamos impuestos, y que una parte de ellos debería garantizar la conservación del patrimonio común. Pero el sistema público, por definición, atiende prioridades: sanidad, educación, infraestructuras, servicios sociales… En ese contexto, las pequeñas contribuciones individuales no sustituyen lo público, sino que lo completan, liberando recursos que pueden destinarse a otras necesidades urgentes. Contribuir, por tanto, no es pagar dos veces, sino ayudar a que el esfuerzo colectivo rinda mejor.

Por supuesto, deben mantenerse las exenciones y reducciones para determinados colectivos —desempleados, jubilados, estudiantes, familias numerosas.... No se trata de excluir a nadie, sino de equilibrar el principio de acceso universal con el de sostenibilidad.

La conservación del patrimonio no puede ser tarea exclusiva de concellos, gobiernos autonómicos o del Estado. Cada ciudadano que entiende el valor de lo que hereda contribuye a mantener vivo un legado que no se renueva solo. El valor del patrimonio se pierde cuando se considera garantizado. Y, del mismo modo, se fortalece cuando alguien lo mira con respeto y conciencia.

Este debate no debe ser económico, sino moral. Tiene que ver con la educación cívica, con la manera en que valoramos lo común, porque lo que no cuesta nada tiende a parecer inagotable.

Quizá deberíamos pensar en el mantenimiento de nuestro patrimonio como el precio de la conservación. Mantenerlo es reconocer que lo que fuimos todavía nos sostiene. Y que cada piedra cuidada, cada madera restaurada, cada exposición atendida, es una pequeña victoria contra el paso del tiempo.


O prezo da conservación

O pasado sábado visitei a fortaleza de San Felipe, na ría de Ferrol. As súas pedras parecían lembrar séculos de resistencia fronte ao mar e ao paso do tempo. Ao día seguinte entrei no Museo Naval, onde maquetas, mapas e obxectos antigos conservan a memoria dunha cidade que uniu a súa historia ao mar. En ambos os lugares a entrada é gratuíta e fixen a mesma reflexión: o que o tempo quixo afundir aínda flota porque algúns se empeñan en mantelo a salvo.

Esa idea da loita contra o esquecemento acompañoume de volta a Lugo, porque tamén aquí convivimos cun patrimonio valioso, ás veces máis presente que percibido. Pero esa riqueza, como o mar que erosiona a pedra de San Felipe, esixe un coidado constante. E ese coidado custa. Trátase de entender que o gratuíto non significa que nada custe.

Vivimos tempos nos que a gratuidade se ha convertido case nun dereito, e onde a cultura da subvención tende a substituír a implicación persoal por unha espera pasiva de que “alguén”, case sempre a administración - nunca nós - resólvao todo. Esa mentalidade, aplicada ao ámbito cultural, resulta perigosa: converte o patrimonio en algo alleo, mantido por outros, e exímenos da responsabilidade de contribuír, aínda que sexa con pouco, ao seu sostemento. O que se recibe sen esforzo adoita perder valor, mentres que o que se apoia cunha mínima achega adquire sentido e pertenza.

Que o acceso a moitos dos nosos monumentos sexa libre é unha conquista cívica que debemos preservar. Pero mantelos require recursos que saen de todos. Nestes espazos, museos, monumentos ou igrexas visitables, unha achega simbólica pode ser un modo de corresponsabilidade. A pequena entrada non compra a cultura, senón que a sostén.

É certo que xa pagamos impostos, e que unha parte deles debería garantir a conservación do patrimonio común. Pero o sistema público, por definición, atende prioridades: sanidade, educación, infraestruturas, servizos sociais… Nese contexto, as pequenas contribucións individuais non substitúen o público, senón que o completan, liberando recursos que poden destinarse a outras necesidades urxentes. Contribuír, por tanto, non é pagar dúas veces, senón axudar a que o esforzo colectivo renda mellor.

Por suposto, deben manterse as exencións e reducións para determinados colectivos —desempregados, xubilados, estudantes, familias numerosas.... Non se trata de excluír a ninguén, senón de equilibrar o principio de acceso universal co de sustentabilidade.

A conservación do patrimonio non pode ser tarefa exclusiva de concellos, gobernos autonómicos ou do Estado. Cada cidadán que entende o valor do que herda contribúe a manter vivo un legado que non se renova só. O valor do patrimonio pérdese cando se considera garantido. E, do mesmo xeito, fortalécese cando alguén o mira con respecto e conciencia.

Este debate non debe ser económico, senón moral. Ten que ver coa educación cívica, coa maneira en que valoramos o común, porque o que non custa nada tende a parecer inesgotable.

Quizá deberiamos pensar no mantemento do noso patrimonio como o prezo da conservación. Mantelo é recoñecer que o que fomos aínda nos sostén. E que cada pedra coidada, cada madeira restaurada, cada exposición atendida, é unha pequena vitoria contra o paso do tempo.

miércoles, 29 de octubre de 2025

Muros y Ríos

Desde el inicio de la legislatura, el presidente Sánchez repite que su propósito ha sido y es levantar un “muro” frente a la derecha que ganó las elecciones. La expresión, más allá de su eficacia electoral, simboliza una forma de entender la política: dividir el país en dos mitades, a ser posible irreconciliables, convertir al adversario en enemigo y el diálogo en algo sospechoso. Los muros se levantan con ladrillos de miedo y con cemento de resentimiento, protegen a quienes los construyen, pero condenan a todos a la incomunicación.

Ese espíritu de muro ha ido filtrándose a la vida pública, a los medios de comunicación, a las instituciones y también a los espacios más cercanos, donde la política debería servir para unir. Lugo ofrece estos días un ejemplo elocuente. Dos celebraciones vecinales casi simultáneas — el Día do Veciño, organizado por la Federación Lucus Augusti, y la fiesta de Xuntos por Lugo en A Ponte — reunieron, separadas escasos metros por el río Miño, a miles de personas cada una. Dos convocatorias masivas, repletas de música, comida y alegría, pero también dos símbolos de una fractura: un movimiento vecinal dividido, asociaciones escindidas y vecinos que ya no comparten mesa ni proyectos en común.

Inicialmente, la Federación de Asociaciones Vecinales había servido como un espacio de encuentro, donde se discutían las necesidades de los barrios y se reclamaban mejoras para todos. Hoy, según se desprende de las propias crónicas locales, se percibe una politización creciente, un acercamiento al poder de turno y una pérdida del espíritu reivindicativo independiente que le dio sentido en sus orígenes. La aparición de colectivos alternativos, con notable capacidad organizativa y respaldo social, es más una reacción a esa deriva que una simple competencia entre ellos.

Lo preocupante no es que existan distintas sensibilidades — eso es sano en democracia —, sino que la receta de los muros haya sustituido a la de los puentes. En lugar de tender pasarelas entre orillas distintas, se levantan parapetos que separan a unos y otros, incluso dentro del mismo barrio o parroquia. Y mientras tanto, la ciudad sigue esperando que alguien se siente a hablar de lo que realmente debería importar: los problemas de aparcamiento, la falta de viviendas, las infraestructuras pendientes, la promoción de nuestro patrimonio, el envejecimiento, el exceso de burocracia que ralentiza todas las iniciativas privadas...

Llevamos demasiado tiempo viendo que los plenos municipales, reflejo de la política local, se han convertido en monólogos de sordos en que se lleva escrita la respuesta antes de escuchar siquiera el planteamiento. Sabemos lo que dirán unos y otros antes de cruzar la puerta de lo que debiera ser un lugar de diálogo y entendimiento.

Construir puentes no significa renunciar a las diferencias, sino aceptarlas como parte del cauce común. Los ríos, cuando encuentran obstáculos, buscan un nuevo recorrido, pero nunca se detienen.  Lugo necesita menos muros y más puentes en su río: vecinos y responsables públicos capaces de cruzar al otro lado para escuchar, comprender y sumar.

Porque las ciudades no se levantan a golpe de construir muros, sino con la voluntad diaria de quienes prefieren un puente a una trinchera.

Muros e Ríos

Desde o inicio da lexislatura, o presidente Sánchez repite que o seu propósito foi e é levantar un “muro” fronte á dereita que gañou as eleccións. A expresión, máis aló da súa eficacia electoral, simboliza unha forma de entender a política: dividir o país en dúas metades, se é posible irreconciliables, converter ao adversario en inimigo e o diálogo en algo sospeitoso. Os muros levántanse con ladrillos de medo e con cemento de resentimento, protexen a quen os constrúe, pero condenan a todos á incomunicación.

Ese espírito de muro foi filtrándose á vida pública, aos medios de comunicación, ás institucións e tamén aos espazos máis próximos, onde a política debería servir para unir. Lugo ofrece estes días un exemplo elocuente. Dúas celebracións veciñais case simultáneas — o Día do Veciño, organizado pola Federación Lucus Augusti, e a festa de Xuntos por Lugo na Ponte — reuniron, separadas escasos metros polo río Miño, a miles de persoas cada unha. Dúas convocatorias masivas, repletas de música, comida e alegría, pero tamén dous símbolos dunha fractura: un movemento veciñal dividido, asociacións escindidas e veciños que xa non comparten mesa nin proxectos en común.

Inicialmente, a Federación de Asociacións Veciñais servira como un espazo de encontro, onde se discutían as necesidades dos barrios e reclamábanse melloras para todos. Hoxe, segundo despréndese das propias crónicas locais, percíbese unha politización crecente, un achegamento ao poder de quenda e unha perda do espírito reivindicativo independente que lle deu sentido nas súas orixes. A aparición de colectivos alternativos, con notable capacidade organizativa e respaldo social, é máis unha reacción a esa deriva que unha simple competencia entre eles.

O preocupante non é que existan distintas sensibilidades — iso é san en democracia —, senón que a receita dos muros substituíse á das pontes. En lugar de tender pasarelas entre beiras distintas, levántanse parapetos que separan a uns e outros, mesmo dentro do mesmo barrio ou parroquia. E mentres tanto, a cidade segue esperando que alguén sente a falar do que realmente debería importar: os problemas de aparcamento, a falta de vivendas, as infraestruturas pendentes, a promoción do noso patrimonio, o envellecemento, o exceso de burocracia que retarda todas as iniciativas privadas...

Levamos demasiado tempo vendo que os plenos municipais, reflexo da política local, convertéronse en monólogos de xordos en que leva escrita a resposta antes de escoitar sequera a formulación. Sabemos o que dirán uns e outros antes de cruzar a porta do que debese ser un lugar de diálogo e entendemento.

Construír pontes non significa renunciar ás diferenzas, senón aceptalas como parte do leito común. Os ríos, cando atopan obstáculos, buscan un novo percorrido, pero nunca se deteñen.  Lugo necesita menos muros e máis pontes no seu río: veciños e responsables públicos capaces de cruzar alén para escoitar, comprender e sumar.

Porque as cidades non se levantan a golpe de construír muros, senón coa vontade diaria de quen prefire unha ponte a unha trincheira.


miércoles, 15 de octubre de 2025

El valor de una propuesta ciudadana

Cada cuatro años los ciudadanos elegimos a nuestros representantes en los concellos con la esperanza de ver mejorados nuestros pueblos y ciudades, conforme a las ideas, programas y valores que defendemos. Pero ser elegido en las urnas no es suficiente si durante ese periodo de tiempo los gobiernos actúan como si el voto recibido fuese un cheque en blanco. Mucho menos cuando ese poder se ejerce desde legítimas coaliciones de quienes obtuvieron menos votos que aquellos que se quedaron a las puertas de una mayoría absoluta.

Se habla mucho de participación ciudadana, pero ésta no puede ni debe limitarse a votar cada cierto tiempo, sino a escuchar las propuestas individuales o colectivas que con rigor se trasladan a los órganos de gobierno. La participación consiste en entender que los asuntos de la ciudad pertenecen a todos y no solo a alcaldes y concejales.

Las ultimas noticias relacionadas con el futuro de la estación de autobuses transcienden lo arquitectónico. Lo que ahora está en juego no es sólo qué hacer con un edificio que en poco tiempo dejará de cumplir su principal cometido, sino cómo decidimos construir ciudad: dejando abierta la puerta a la participación ciudadana o tomando decisiones en solitario desde un despacho.

La propuesta presentada por Lugo Monumental no es una ocurrencia ni una defensa romántica del pasado, se trata de una invitación a pensar Lugo con mirada social y práctica, aprovechando infraestructuras existentes y reforzando la vitalidad del centro urbano; una muestra de compromiso ciudadano que surge de la experiencia directa, que no nace del poder, sino del deseo de contribuir a mejorar nuestra ciudad. 

Por otro lado, una parte del gobierno local viene proponiendo la demolición del edificio, que, por sus consecuencias irreversibles además de argumentos técnicos o urbanísticos, debería someterse a un dialogo previo, a escuchar a quienes habitan la ciudad y deseen opinar.

Cada vez que un colectivo, en este caso varios, como Lugo Monumental, reconocidos arquitectos, ADEGA... presentan una propuesta con rigor y visión de futuro, el Concello debería considerarla un activo, nunca una molestia. Desaprovechar este valor sería un error que se mide en pérdida de calidad democrática.

La actual estación de autobuses es más que un edificio, es un espacio cargado de historia y posibilidades. Optar entre darle nuevos usos, manteniendo el objetivo de que muchos viajeros puedan acceder a sus destinos a pocos metros de la Muralla, o convertirla en toneladas de escombros, dependerá de la actitud de quienes deciden.

He tenido la suerte de recorrer durante mi vida muchas ciudades europeas y pude comprobar cómo en pocos lugares se derrumban estaciones de trenes o aeropuertos para hacer uno nuevo, como se hizo en Santiago. Más bien apuestan por reutilizar y construir con la memoria. Lugo ahora tiene la oportunidad de optar entre borrar o reinventar, y como ya han propuesto algunas voces, la decisión no debería salir de un sólo despacho. Un concurso de ideas, al margen de la política, podría enriquecer el abanico de soluciones y dar ejemplo de transparencia y participación real.

Las propuestas que hemos conocido, nacidas de colectivos y profesionales de la arquitectura, apuestan por reutilizar y modernizar, sin olvidar que modernizar no consiste en derribar, sino en construir consensos.

O valor dunha proposta cidadá

Cada catro anos os cidadáns eliximos os nosos representantes nos concellos coa esperanza de ver mellorados os nosos pobos e cidades, conforme ás ideas, programas e valores que defendemos. Pero ser elixido nas urnas non é suficiente se durante ese período de tempo os gobernos actúan coma se o voto recibido fose un cheque en branco. Moito menos cando ese poder exércese desde lexítimas coalicións de quen obtivo menos votos que aqueles que quedaron ás portas dunha maioría absoluta.

Fálase moito de participación cidadá, pero esta non pode nin debe limitarse a votar cada certo tempo, senón a escoitar as propostas individuais ou colectivas que con rigor trasládanse aos órganos de goberno. A participación consiste en entender que os asuntos da cidade pertencen a todos e non só a alcaldes e concelleiros.

As últimas noticias relacionadas co futuro da estación de autobuses transcenden o arquitectónico. O que agora está en xogo non é só que facer cun edificio que en pouco tempo deixará de cumprir o seu principal labor, senón como decidimos construír cidade: deixando aberta a porta á participación cidadá ou tomando decisións en solitario desde un despacho.

A proposta presentada por Lugo Monumental non é unha ocorrencia nin unha defensa romántica do pasado, trátase dunha invitación para pensar Lugo con mirada social e práctica, aproveitando infraestruturas existentes e reforzando a vitalidade do centro urbano; unha mostra de compromiso cidadán que xorde da experiencia directa, que non nace do poder, senón do desexo de contribuír a mellorar a nosa cidade. 

Doutra banda, unha parte do goberno local vén propoñendo a demolición do edificio, que, polas súas consecuencias irreversibles ademais de argumentos técnicos ou urbanísticos, debería someterse a un dialogo previo, a escoitar a quen habita a cidade e desexen opinar.

Cada vez que un colectivo, neste caso varios, como Lugo Monumental, recoñecidos arquitectos, ADEGA... presentan unha proposta con rigor e visión de futuro, o Concello debería considerala un activo, nunca unha molestia. Desaproveitar este valor sería un erro que se mide en perda de calidade democrática.

A actual estación de autobuses é máis que un edificio, é un espazo cargado de historia e posibilidades. Optar entre darlle novos usos, mantendo o obxectivo de que moitos viaxeiros poidan acceder aos seus destinos a poucos metros da Muralla, ou convertela en toneladas de entullos, dependerá da actitude de quen decide.

Tiven a sorte de percorrer durante a miña vida moitas cidades europeas e puiden comprobar como en poucos lugares derrúbanse estacións de trens ou aeroportos para facer un novo, como se fixo en Santiago. Máis ben apostan por reutilizar e construír coa memoria. Lugo agora ten a oportunidade de optar entre borrar ou reinventar, e como xa propuxeron algunhas voces, a decisión non debería saír dun só despacho. Un concurso de ideas, á marxe da política, podería enriquecer o abanico de solucións e dar exemplo de transparencia e participación real.

As propostas que coñecemos, nacidas de colectivos e profesionais da arquitectura, apostan por reutilizar e modernizar, sen esquecer que modernizar non consiste en derrubar, senón en construír consensos.

miércoles, 1 de octubre de 2025

Octubre: fiestas aquí, guerras allá

Hoy comienza el mes de octubre, con el otoño ya iniciado, y hablar de octubre en Lugo es hablar de San Froilán, de la Festa da Faba en Lourenzá o de As San Lucas en Mondoñedo, entre otros acontecimientos.

Entre todos ellos, sin duda, el que alcanza mayor grado de concurrencia es el San Froilán, la fiesta de otoño más importante de Galicia, y lo digo sin pasión de lucense. Son unas fiestas con un sabor especial, donde el pulpo se convierte en uno de sus grandes atractivos: pandillas, compañeros de trabajo o familias compartiendo mesa con risas y conversaciones que seguramente distan mucho de las noticias que en estos días nos transmiten desde la radio, la televisión, los periódicos o las redes sociales. Imágenes de destrucción en conflictos lejanos, pero que no por ello nos dejan indiferentes.

Antes de disfrutar de esas conversaciones acompañadas del sabroso cefalópodo con cachelos, buen aceite, pan y todo regado con un Mencía, me gustaría compartir una reflexión provocada por lo que estamos viviendo: todo ese ruido exterior que contrasta con la calma del entorno familiar y de amistad de estas fiestas.

Se nos habla incesantemente de Ucrania y ahora de Gaza, y claro que lo merecen, pero al mismo tiempo me inquieta y me sorprende que en ningún medio se recuerden, aunque sea de pasada, los graves conflictos existentes en otros lugares del planeta, con consecuencias y cifras difíciles de entender y aceptar.

Me pregunto por qué son ignorados, olvidados o silenciados los enfrentamientos en Sudán, con millones de desplazados, hambruna y miles de muertos. O por qué ya no se habla de la crisis de hambre en Afganistán, donde más de diez millones de personas necesitan asistencia y millones de niños sufren desnutrición. O también por qué no se olvidan los más de seis millones de desplazados internos en la República Democrática del Congo, que están causando altas tasas de inseguridad alimentaria, brotes de enfermedades y graves dificultades para hacer llegar la ayuda humanitaria. Lo mismo podría decir de la hambruna y la necesidad de ayuda a millones de personas en Yemen, Somalia, el Sahel central, o de las matanzas incesantes en Haití, con más de un millón de desplazados en lo que va de este año. Son muchos más los que cabría citar, pero necesitaría una página completa para mencionarlos.

Está claro que no hay una única razón por la que se ignoren estas crisis o por la que no ocupen titulares. Seguramente una de ellas sea la llamada “fatiga informativa”: la larga duración en el tiempo hace que tiendan a desaparecer de la agenda pese a su importancia. Lo hemos visto recientemente con la guerra en Ucrania y cómo está siendo desplazada por la barbarie en Gaza.

No estaría mal que el octubre en Lugo nos haga reflexionar sobre lo que significa la paz cotidiana: poder disfrutar de unas raciones de pulpo, compartir buenos ratos con los nuestros, al tiempo que pensemos que en otros lugares hay millones de personas que no tienen la paz que aquí damos por hecha.

Que estos contrastes nos sirvan para valorar lo que tenemos aquí en octubre, sin olvidar lo que acontece también en este mes en lugares más lejanos.


Outubro: festas aquí, guerras alá

Hoxe comeza o mes de outubro, co outono xa iniciado, e falar de outubro en Lugo é falar de San Froilán, da Festa dá Faba en Lourenzá ou de As San Lucas en Mondoñedo, entre outros acontecementos.

Entre todos eles, sen dúbida, o que alcanza maior grao de concorrencia é o San Froilán, a festa de outono máis importante de Galicia, e dígoo sen paixón de lucense. Son unhas festas cun sabor especial, onde o polbo convértese nun dos seus grandes atractivos: cuadrillas, compañeiros de traballo ou familias compartindo mesa con risas e conversacións que seguramente distan moito das noticias que nestes días transmítennos desde a radio, a televisión, os xornais ou as redes sociais. Imaxes de destrución en conflitos afastados, pero que non por iso déixannos indiferentes.

Antes de gozar desas conversacións acompañadas do saboroso cefalópodo con cachelos, bo aceite, pan e todo regado cun Mencía, gustaríame compartir unha reflexión provocada polo que estamos a vivir: todo ese ruído exterior que contrasta coa calma da contorna familiar e de amizade destas festas.

Fálasenos incesantemente de Ucraína e agora de Gaza, e claro que o merecen, pero ao mesmo tempo inquiétame e sorpréndeme que en ningún medio lémbrense, aínda que sexa de pasada, os graves conflitos existentes noutros lugares do planeta, con consecuencias e cifras difíciles de entender e aceptar.

Pregúntome por que son ignorados, esquecidos ou silenciados os enfrontamentos en Sudán, con millóns de desprazados, fame negra e miles de mortos. Ou por que xa non se fala da crise de fame en Afganistán, onde máis de dez millóns de persoas necesitan asistencia e millóns de nenos sofren desnutrición. Ou tamén por que non se esquecen os máis de seis millóns de desprazados internos na República Democrática do Congo, que están a causar altas taxas de inseguridade alimentaria, brotes de enfermidades e graves dificultades para facer chegar a axuda humanitaria. O mesmo podería dicir da fame negra e a necesidade de axuda a millóns de persoas en Iemen, Somalia, o Sahel central, ou das matanzas incesantes en Haití, con máis dun millón de desprazados no que vai deste ano. Son moitos máis os que cabería citar, pero necesitaría unha páxina completa para mencionalos.

Está claro que non hai unha única razón pola que se ignoren estas crises ou pola que non ocupen titulares. Seguramente una delas sexa a chamada “fatiga informativa”: a longa duración no tempo fai que tendan a desaparecer da axenda a pesar da súa importancia. Vímolo recentemente coa guerra en Ucraína e como está a ser desprazada pola barbarie en Gaza.

Non estaría mal que o outubro en Lugo fáganos reflexionar sobre o que significa a paz cotiá: poder gozar dunhas racións de polbo, compartir bos intres cos nosos, á vez que pensemos que noutros lugares hai millóns de persoas que non teñen a paz que aquí damos por feita.

Que estes contrastes sírvannos para valorar o que temos aquí en outubro, sen esquecer o que acontece tamén neste mes en lugares máis afastados.

miércoles, 17 de septiembre de 2025

Perspectivas

Una de las definiciones que podemos encontrar en el diccionario para la palabra que da título a este artículo dice así: «visión, considerada en principio más ajustada a la realidad, que viene favorecida por la observación ya distante, espacial o temporalmente, de cualquier hecho o fenómeno».

Pues bien, cuando uno acaba de cumplir un año más y la suma lo sitúa dentro de un considerable número de décadas a las espaldas, la observación distante de lo acontecido hace unos años, provoca una visión que sin duda permite analizar los cambios en la vida y la manera en que actuamos ante las mismas circunstancias, pero a distintas edades. Veamos algunas de ellas.

Cuando miramos al futuro, a los 20 años sentimos cierto vértigo, emociones y ansiedad, mientras que yo ahora casi no temo lo desconocido, y si lo hago es más más por los míos que por mí mismo. 

En las cuestiones de la salud, con 20 años nos parecía que nuestro cuerpo era invencible y los excesos o malos hábitos se asumían sin miedo a las consecuencias, mientras que ahora nos preocupa cada molestia y procuramos cuidar nuestro cuerpo, que sea una prioridad. Damos más valor a lo que en la juventud nos parecía accesorio.

En lo referente a las relaciones con amigos y familiares, a los 20 años buscamos nuevas conexiones, amigos para compartir nuestras aficiones, mientras que la familia parece algo lejano o incluso un freno. A mi edad las relaciones son valoradas por su estabilidad, por el tiempo con hijos y nietos, todo es más profundo.

A los 20 años se vive al día, posponiendo decisiones sin presión por el futuro que nos pudiera aguardar, el tiempo de vida parece infinito. Tenemos prisa por llegar sin tener muy claro a dónde, porque creemos que el tiempo sobra. Cuando se llega a mi década el tiempo falta, es un recurso muy valioso, y toda decisión es tomada de manera reflexiva, dándole mucho aprecio a lo simple, al detalle. En realidad, el tiempo nunca sobró ni faltó, simplemente fue el que había.

Como veinteañeros conducir mi primer coche, aquel Diane 6 de segunda mano, se veía como una herramienta de libertad, de independencia. Conducía más deprisa, y con poca conciencia del riesgo. Ahora mi conducción evita las horas y días conflictivos en la carretera, los reflejos cambian y además de reducir la velocidad impera la cautela.

El tiempo no solamente pasa, nos pasa a todos, y con él nos cambia el ángulo desde el que miramos la vida, la perspectiva. A los 70 años lo pequeño gana peso, se vive más el presente y la memoria… noto cómo el tiempo lima aristas, miro con más ternura situaciones que hace años sólo me producían impaciencia. Cuando eres joven la vida es blanco o negro, mientras que hoy percibo más gamas de grises, lo que sin duda enriquece el cuadro de la vida.

Mi edad no es mejor que la de un joven, como también fui, no se trata de eso, sino que cada tiempo, cada edad nos permite un punto de vista distinto, como cuando observamos un mismo paisaje a diferentes horas del día. La vista es la misma, pero la mirada no es igual al amanecer o al atardecer.

La misma conversación, la misma carretera o el mismo vino saben distinto según la edad en que se tomen. La vida no cambia tanto de contenido como de perspectiva.

Perspectivas

Unha das definicións que podemos atopar no dicionario para a palabra que dá título a este artigo di así: «visión, considerada en principio máis axustada á realidade, que vén favorecida pola observación xa distante, espacial ou temporalmente, de calquera feito ou fenómeno».

Pois ben, cando un acaba de cumprir un ano máis e a suma sitúao dentro dun considerable número de décadas ás costas, a observación distante do acontecido hai uns anos, provoca unha visión que sen dúbida permite analizar os cambios na vida e a maneira en que actuamos #ante as mesmas circunstancias, pero a distintas idades. Vexamos algunhas delas.

Cando miramos ao futuro, aos 20 anos sentimos certa vertixe, emocións e ansiedade, mentres que eu agora case non temo o descoñecido, e se o fago é máis máis polos meus que por min mesmo. 

Nas cuestións da saúde, con 20 anos parecíanos que o noso corpo era invencible e os excesos ou malos hábitos asumíanse sen medo ás consecuencias, mentres que agora preocúpanos cada molestia e procuramos coidar o noso corpo, que sexa unha prioridade. Damos máis valor ao que na mocidade parecíanos accesorio.

No referente ás relacións con amigos e familiares, aos 20 anos buscamos novas conexións, amigos para compartir as nosas afeccións, mentres que a familia parece algo afastado ou mesmo un freo. Á miña idade as relacións son valoradas pola súa estabilidade, polo tempo con fillos e netos, todo é máis profundo.

Aos 20 anos vívese ao día, pospoñendo decisións sen presión polo futuro que nos puidese agardar, o tempo de vida parece infinito. Temos présa por chegar sen ter moi claro onde, porque cremos que o tempo sobra. Cando se chega á miña década o tempo falta, é un recurso moi valioso, e toda decisión é tomada de maneira reflexiva, dándolle moito aprecio ao simple, ao detalle. En realidade, o tempo nunca sobrou nin faltou, simplemente foi o que había.

Como veinteañeros conducir o meu primeiro coche, aquel Diane 6 de segunda man, víase como unha ferramenta de liberdade, de independencia. Conducía máis rápido, e con pouca conciencia do risco. Agora a miña condución evita as horas e días conflitivos na estrada, os reflexos cambian e ademais de reducir a velocidade impera a cautela.

O tempo non soamente pasa, pásanos a todos, e con el cámbianos o ángulo desde o que miramos a vida, a perspectiva. Aos 70 anos o pequeno gaña peso, vívese máis o presente e a memoria… noto como o tempo lima arestas, miro con máis tenrura situacións que hai anos só me producían impaciencia. Cando es novo a vida é branco ou negro, mentres que hoxe percibo máis gamas de grises, o que sen dúbida enriquece o cadro da vida.

A miña idade non é mellor que a dun mozo, como tamén fun, non se trata diso, senón que cada tempo, cada idade permítenos un punto de vista distinto, como cando observamos un mesmo paisaxe a diferentes horas do día. A vista é a mesma, pero a mirada non é igual ao amencer ou á tardiña.

A mesma conversación, a mesma estrada ou o mesmo veu saben distinto segundo a idade en que se tomen. A vida non cambia tanto de contido como de perspectiva.


miércoles, 3 de septiembre de 2025

Rostros

El verano suele ser la época del año en la que, por lo general, los medios de comunicación dedican más espacios a mostrarnos cómo pasan este tiempo las celebridades en bañador, los éxitos y fichajes de los deportistas, o a los influencers contándonos como transcurren sus vacaciones. Los rostros que son o aparentan ser la cara de la despreocupación, el lujo o la felicidad. Son rostros que merecerán atención mediática durante años.

En contraposición o contraste también vimos, quizás sin tanta cobertura, otros rostros, los de las tragedias. Estos no ocupan espacios especiales por más de unos días, olvidándose rápidamente, mientras los de la fama son objeto de una atención continuada.

Uno de esos rostros que desapareció pronto de portadas y reportajes pero que todavía tengo grabado en mi retina y en mi memoria ha sido el de Jaime, un vecino de San Vicente de Leira (Villamartín de Valdeorras), uno de esos pueblos abandonados que en estas últimas semanas han sido devorados por unas llamas inmisericordes y devastadoras. 

Jaime tiene 75 años y toda su vida, su esencia, estaban en su casa quemada. Lo ha perdido todo, no sólo lo material sino sus recuerdos, sus raíces, todo por lo que tanto tuvo que trabajar duro a lo largo de su vida. Por eso me ha impactado su rostro lloroso, inconsolable, que transmitía un cóctel de sentimientos difícilmente separables. Vi en esas imágenes de su cara desesperanza, rabia, tristeza, tal vez algo más que una resistencia callada. Es sólo un ejemplo de otros muchos rostros rotos por los efectos de los incendios de estos últimos días de agosto.

El otro rostro que me impactó y que me temo correrá una suerte parecida en el olvido de todos lo protagonizaba la foto de un niño desnutrido, Fadi. Con 6 años y fibrosis quística, aparece retratado en un hospital de Gaza mostrando una dramática pérdida de peso y vitalidad, un ejemplo más de la gravedad de la hambruna médica en esas latitudes. Un ejemplo más de los innumerables casos de niños en condiciones devastadoras en una crisis humanitaria sin precedentes recientes.

Rostros en ambos casos, nuestro paisano y el del niño, que nos recuerdan una humanidad rota por tragedias de usar y tirar.

Me pregunto y reflexiono sobre por qué la imagen de un rostro de sufrimiento puede volverse viral y pasar a olvidarse con tanta rapidez. ¿Por qué no ocurre lo mismo con los rostros de la fama que parecen tener una visibilidad muy duradera a pesar de que sus historias son intrascendentes? Es posible que nuestros cerebros tiendan a desconectar de las imágenes de sufrimiento por sobrecarga informativa o por otras razones, y espero que no sea por falta de empatía.

Como sociedad debemos esforzarnos en mantener la mirada en esos rostros y evitar que desaparezcan en el anonimato porque detrás de cada uno de ellos hay una historia relevante que debe conocerse y no olvidarse sin antes hacer algo al respecto, y en ello los medios de comunicación también tienen mucho que hacer.


Rostros

O verán adoita ser a época do ano na que, polo xeral, os medios de comunicación dedican máis espazos a mostrarnos como pasan este tempo as celebridades en bañador, os éxitos e fichaxes dos deportistas, ou aos influencers contándonos como transcorren as súas vacacións. Os rostros que son ou aparentan ser a cara da despreocupación, o luxo ou a felicidade. Son rostros que merecerán atención mediática durante anos.

En contraposición ou contraste tamén vimos, quizais sen tanta cobertura, outros rostros, os das traxedias. Estes non ocupan espazos especiais por máis duns días, esquecéndose rapidamente, mentres os da fama son obxecto dunha atención continuada.

Un deses rostros que desapareceu pronto de portadas e reportaxes pero que aínda teño gravado na miña retina e na miña memoria foi o de Jaime, un veciño de San Vicente de Leira (Villamartín de Valdeorras), un deses pobos abandonados que nestas últimas semanas foron devorados por unhas chamas inmisericordes e devastadoras. 

Jaime ten 75 anos e toda a súa vida, a súa esencia, estaban na súa casa queimada. Perdeuno todo, non só o material senón os seus recordos, as súas raíces, todo polo que tanto tivo que traballar duro ao longo da súa vida. Por iso impactoume o seu rostro lloroso, inconsolable, que transmitía un cóctel de sentimentos dificilmente separables. Vin nesas imaxes da súa cara desesperanza, rabia, tristeza, talvez algo máis que unha resistencia calada. É só un exemplo doutros moitos rostros rotos polos efectos dos incendios destes últimos días de agosto.

O outro rostro que me impactou e que me temo correrá unha sorte parecida no esquecemento de todos protagonizábao a foto dun neno desnutrido, Fadi. Con 6 anos e fibroses quística, aparece retratado nun hospital de Gaza mostrando unha dramática perda de peso e vitalidade, un exemplo máis da gravidade da fame negra médica nesas latitudes. Un exemplo máis dos innumerables casos de nenos en condicións devastadoras nunha crise humanitaria sen precedentes recentes.

Rostros en ambos os casos, o noso paisano e o do neno, que nos lembran unha humanidade rota por traxedias de usar e tirar.

Pregúntome e reflexiono sobre por que a imaxe dun rostro de sufrimento pode volverse viral e pasar a esquecerse con tanta rapidez. Por que non ocorre o mesmo cos rostros da fama que parecen ter unha visibilidade moi duradeira a pesar de que as súas historias son intranscendentes? É posible que os nosos cerebros tendan a desconectar das imaxes de sufrimento por sobrecarga informativa ou por outras razóns, e espero que non sexa por falta de empatía.

Como sociedade debemos esforzarnos en manter a mirada neses rostros e evitar que desaparezan no anonimato porque detrás de cada un deles hai unha historia relevante que debe coñecerse e non esquecerse sen antes facer algo respecto diso, e niso os medios de comunicación tamén teñen moito que facer.

miércoles, 25 de junio de 2025

Estudiar y no actuar: el tren que no acaba de llegar

Hacer un estudio sin duda que es mucho más cómodo que tomar decisiones o actuaciones y en el tema del tren en Lugo, de nuestras comunicaciones ferroviarias, queda claramente demostrado.

Cuando hace unos días conocíamos la noticia de la reunión a mantener entre nuestro alcalde y las autoridades de RENFE, pensé que algún acuerdo, alguna buena noticia, se nos daría a conocer a los lucenses, de cara a recuperar los servicios perdidos y siendo más optimista, a contar con nuevas frecuencias que nos permitiesen considerar al tren como una buena opción en nuestros viajes.

La realidad tardó poco en defraudar, porque el resultado de esa reunión se saldó con el clásico compromiso de «estudiar las propuestas planteadas por el regidor». ¿Estudiarlas? ¿Por enésima vez?

Digo esto porque no creo que a estas alturas de la película queden propuestas nuevas por estudiar, porque llevamos años donde expertos, asociaciones o responsables políticos las han planteado.

La realidad es incuestionable: las necesarias obras en la mejora de seguridad en la línea entre Lugo-Monforte y Orense se hacen interminables con las molestias para los viajeros; las frecuencias de los trenes en lugar de ir a más se reducen; los horarios empeoran; las perspectivas de viajar sin tener que realizar cambio de tren el Ourense se desvanecen, etc.

Por poner algún ejemplo concreto, recordaré que ya en febrero de 2022 (hace más de 3 años) se presentaba en el Congreso de los Diputados una propuesta sobre este asunto, una más. En aquella proposición no de Ley se proponía la implantación de nuevos servicios matinales que permitiesen el desplazamiento desde Lugo a Madrid y viceversa en el mismo día; se pedía la introducción de un nuevo servicio con trenes tipo S-730 o similares que permitiesen la conexión con Madrid sin transbordo en Ourense; y entre otras cuestiones se planteaba una tabla con los horarios de todas las frecuencias necesarias para mejorar las existentes en aquel año, que todo hay que decirlo eran más que las actuales.

Donde puede que esté justificado «estudiar» y no actuar ya es en otra de las propuestas que por entonces hicimos siendo rechazadas, y que ahora parece haberse tomado en consideración: el estudio informativo que analice la viabilidad y los costes de conectar por tren Lugo con Santiago de Compostela.  

Lo que me preocupa es que aquí ya nadie se sorprenda de que todo siga igual, que nada cambie. Lo sorprendente es que, después de tantos años, se llame «nueva propuesta» a lo que lleva décadas esperando en el andén de la estación. Tras años de estudios, propuestas y diagnósticos, volvemos a la fase inicial: estudiar lo que ya está estudiado.

El problema no reside en que no se sepa lo que hay que hacer, sino que nadie demuestre voluntad política para comprometerse a hacerlo, y aquí es donde un alcalde, una corporación, una ciudad no pueden conformarse con la respuesta recibida.

Cuando después de una cita alguien te dice «ya te llamaré» intuimos que se está utilizando una forma amable de decirnos olvídate de mí.

Mientras Lugo sigue esperando, nuestros gobernantes siguen estudiando lo ya estudiado en vez de actuar para que tengamos un tren digno que no acaba de llegar.

Estudar e non actuar: o tren que non acaba de chegar

Facer un estudo sen dúbida que é moito máis cómodo que tomar decisións ou actuacións e no tema do tren en Lugo, das nosas comunicacións ferroviarias, queda claramente demostrado.

Cando hai uns días coñeciamos a noticia da reunión para manter entre o noso alcalde e as autoridades de RENFE, pensei que algún acordo, algunha boa noticia, daríasenos a coñecer aos lucenses, para recuperar os servizos perdidos e sendo máis optimista, a contar con novas frecuencias que nos permitisen considerar ao tren como unha boa opción nas nosas viaxes.

A realidade tardou pouco en defraudar, porque o resultado desa reunión saldouse co clásico compromiso de «estudar as propostas expostas polo rexedor». Estudalas? Por enésima vez?

Digo isto porque non creo que a estas alturas da película queden propostas novas por estudar, porque levamos anos onde expertos, asociacións ou responsables políticos expuxéronas.

A realidade é incuestionable: as necesarias obras na mellora de seguridade na liña entre Lugo-Monforte e Ourense fanse interminables coas molestias para os viaxeiros; as frecuencias dos trens en lugar de ir a máis se reducen; os horarios empeoran; as perspectivas de viaxar sen ter que realizar cambio de tren o Ourense desvanécense, etc. Por poñer

algún exemplo concreto, lembrarei que xa en febreiro de 2022 (hai máis de 3 anos) presentábase no Congreso dos Deputados unha proposta sobre este asunto, unha máis. Naquela proposición non de Lei propoñíase a implantación de novos servizos matinais que permitisen o desprazamento desde Lugo a Madrid e viceversa no mesmo día; pedíase a introdución dun novo servizo con trens tipo S-730 ou similares que permitisen a conexión con Madrid sen transbordo en Ourense; e entre outras cuestións expúñase unha táboa cos horarios de todas as frecuencias necesarias para mellorar as existentes naquel ano, que todo hai que dicilo eran máis que as actuais.

Onde poida que estea xustificado «estudar» e non actuar xa é noutra das propostas que por entón fixemos sendo rexeitadas, e que agora parece tomarse en consideración: o estudo informativo que analice a viabilidade e os custos de conectar por tren Lugo con Santiago de Compostela.  

O que me preocupa é que aquí xa ninguén se sorprenda de que todo siga igual, que nada cambie. O sorprendente é que, despois de tantos anos, chámese «nova proposta» ao que leva décadas esperando na plataforma da estación. Tras anos de estudos, propostas e diagnósticos, volvemos á fase inicial: estudar o que xa está estudado.

O problema non reside en que non se saiba o que hai que facer, senón que ninguén demostre vontade política para comprometerse a facelo, e aquí é onde un alcalde, unha corporación, unha cidade non poden conformarse coa resposta recibida.

Cando despois dunha cita alguén che di «xa che chamarei» intuímos que se está utilizando unha forma amable de dicirnos esquéceche de min.

Mentres Lugo segue esperando, os nosos gobernantes seguen estudando o xa estudado no canto de actuar para que teñamos un tren digno que non acaba de chegar.

miércoles, 11 de junio de 2025

Mea culpa

Vivimos en una sociedad en la que cada día cuesta más reconocer las equivocaciones o los errores que cometemos. Quizás una de las múltiples razones resida en que en la educación recibida no nos han enseñado a hacerlo, primando el castigo sobre el análisis del fallo, y donde también se confunden el tropiezo o el error con el fracaso.

Si algo así ocurre en la sociedad en general, donde este fenómeno se presenta más aumentado y con consecuencias más graves en el mundo de la política. Pedir perdón seguramente para muchos se manifiesta como un signo de debilidad, y ya sabemos sus consecuencias.

En los últimos tiempos en España hemos sido testigos como ciudadanos de diferentes acontecimientos que no han tenido ni una explicación convincente ni una petición de disculpas por las personas responsables de lo acontecido. No es necesario hacer grandes esfuerzos de memoria para recordar los más recientes: un apagón de muchas horas en todo el territorio peninsular como nadie recordaba; trenes parados durante horas, muchas horas, con sus pasajeros sin recibir explicaciones; decenas de casos de presunta corrupción política que parecen no terminar; conductas reprobables especialmente por la utilización reiterada de la mentira como principal argumento y sin retractarse aunque se demuestre la falsedad como ocurrió estos días con el sainete de la “bomba lapa”… son sólo algunos ejemplos de acontecimientos por los que no se ha escuchado entonar el «mea culpa» a ningún responsable político, y mucho menos pedirnos perdón por ellos. Una cadena de fallos que, en lugar de haber recibido respuestas claras, han quedado en excusas o desvíos de atención y responsabilidad hacia los adversarios.

En ninguno de estos casos hemos escuchado un auténtico «mea culpa». El diccionario otorga a esta expresión latina un significado muy claro: «por mi culpa», una fórmula para reconocer una culpa o error, una expresión que también se utiliza para admitir que se ha cometido un error que debería haberse evitado.

Pedir disculpas o perdón a los ciudadanos es algo más que un gesto simbólico, es un primer paso para corregir esos errores. Los ciudadanos no deberíamos esperar la perfección en nuestros gobernantes, pero sí la sinceridad. Creo que quienes hoy dirigen nuestro país dedican más tiempo y recursos a buscar culpables externos que a darnos soluciones, y con ello lo que están consiguiendo es perder credibilidad y, lo que es más peligroso, legitimidad moral y confianza.

Pero si parece no estar penalizada la falta de disculpas y el asumir responsabilidades por los casos de corrupción económica, me preocupa que la mentira no provoque un nivel de indignación similar. Me pregunto si la mentira no se estará justificando y admitiendo como una parte de la actividad política en general. La mentira no puede convertirse en una herramienta legítima de quien ejerce el poder, y la sociedad no puede admitir que mentir se convierta en rutina, que se normalice.

Se equivocan aquellos políticos que se resisten a reconocer errores y pedir perdón por ello, pensando que si lo hacen los verán más débiles o vulnerables. Quienes sí lo hagan posiblemente sean vistos como personas más honestas y humildes, más humanas, como personas que en lugar de protegerse a sí mismas se perciban como servidores de los demás.


Mea culpa

Vivimos nunha sociedade na que cada día custa máis recoñecer as equivocacións ou os erros que cometemos. Quizais una das múltiples razóns resida en que na educación recibida non nos ensinaron a facelo, primando o castigo sobre a análise do fallo, e onde tamén se confunden o tropezo ou o erro co fracaso.

Se algo así ocorre na sociedade en xeral, onde este fenómeno preséntase máis aumentado e con consecuencias máis graves no mundo da política. Pedir perdón seguramente para moitos se manifesta como un signo de debilidade, e xa sabemos as súas consecuencias.

Nos últimos tempos en España fomos testemuñas como cidadáns de diferentes acontecementos que non tiveron nin unha explicación convincente nin unha petición de desculpas polas persoas responsables do acontecido. Non é necesario facer grandes esforzos de memoria para lembrar os máis recentes: un apagamento de moitas horas en todo o territorio peninsular como ninguén lembraba; trens parados durante horas, moitas horas, cos seus pasaxeiros sen recibir explicacións; decenas de casos de presunta corrupción política que parecen non terminar; condutas reprobables especialmente pola utilización reiterada da mentira como principal argumento e sen retractarse aínda que se demostre a falsidade como ocorreu estes días co sainete da “bomba lapa”… son só algúns exemplos de acontecementos polos que non se escoitou entoar o «mea culpa» a ningún responsable político, e moito menos pedirnos perdón por eles. Unha cadea de fallos que, en lugar de recibir respostas claras, quedaron en escusas ou desvíos de atención e responsabilidade cara aos adversarios.

En ningún destes casos escoitamos un auténtico «mea culpa». O dicionario outorga a esta expresión latina un significado moi claro: «pola miña culpa», unha fórmula para recoñecer unha culpa ou erro, unha expresión que tamén se utiliza para admitir que se cometeu un erro que debería evitarse.

Pedir desculpas ou perdón aos cidadáns é algo máis que un xesto simbólico, é un primeiro paso para corrixir eses erros. Os cidadáns non deberiamos esperar a perfección nos nosos gobernantes, pero si a sinceridade. Creo que quen hoxe dirixen o noso país dedican máis tempo e recursos a buscar culpables externos que a darnos solucións, e con iso o que están a conseguir é perder credibilidade e, o que é máis perigoso, lexitimidade moral e confianza.

Pero se parece non estar penalizada a falta de desculpas e o asumir responsabilidades polos casos de corrupción económica, preocúpame que a mentira non provoque un nivel de indignación similar. Pregúntome se a mentira non se estará xustificando e admitindo como unha parte da actividade política en xeral. A mentira non pode converterse nunha ferramenta lexítima de quen exerce o poder, e a sociedade non pode admitir que mentir convértase en rutina, que se normalice.

Equivócanse aqueles políticos que se resisten a recoñecer erros e pedir perdón por iso, pensando que se o fan veranos máis débiles ou vulnerables. Quen si o fagan posiblemente sexan vistos como persoas máis honestas e humildes, máis humanas, como persoas que en lugar de protexerse a si mesmas percíbanse como servidores dos demais.

miércoles, 28 de mayo de 2025

Muros

La historia de la humanidad está llena de acontecimientos de los cuales parece que hemos aprendido poco o muy poco. Son muchos los eventos históricos que han puesto de manifiesto la utilización de herramientas para dividirnos, para separarnos. Algunas de estas herramientas son materiales y otras lo son de palabras, me refiero en ambos casos a levantar muros. Los unos sirven para dividir los territorios, grandes como las naciones o más pequeños como las fincas. Los otros separan las ideas, las culturas, en definitiva, a las personas.

Durante muchos años el famoso Muro de Berlín representó el más claro ejemplo de un mundo partido en dos, separando familias, proyectos de vida o sueños de muchos ciudadanos. Cuando se produjo su caída, su demolición, las celebraciones representaron la reconciliación y la unidad, la esperanza de no volver a ver levantadas ese tipo de barreras infranqueables entre las personas. Sin ánimo de establecer comparaciones, poco aprendimos de esas experiencias al ver levantar un gran muro en la frontera del sur de Estados Unidos con México. 

Pero si los muros materiales representan esas separaciones, no me parecen menos reprochables los muros ideológicos. Fui testigo directo al escuchar en primera persona al entonces presidente Zapatero anunciar un cordón sanitario contra el Partido Popular, así llamo a ese muro. Un muro ideológico que pretendía defenestrar una ideología en favor de la suya, una forma peligrosa de aislamiento, cuya justificación se dirige a los líderes pero que afecta a los votantes, a muchos ciudadanos.

Más reciente, y he sido testigo directo, podemos enmarcar en esta tendencia el discurso de Pedro Sánchez hablando reiteradamente de levantar un muro contra la derecha y la ultraderecha, una forma muy clara de delimitar su espacio de diálogo, lo que poco a poco está provocando una radicalización, una polarización y una rotura progresiva de la convivencia entre españoles.

Y ahora me centro en lo más cercano y próximo en el espacio y en el tiempo. Hace sólo unos días en Lugo, en el popular barrio de la Milagrosa, se producía otro nefasto ejemplo de levantamiento de muros ideológicos a nuestra convivencia. Dos concejalas del Partido Popular acudían a escuchar un pregón festivo y no fueron bien recibidas, no se les permitió entrar al local del evento precisamente por su condición de pertenecer a ese Partido, alegando la organización que no habían sido invitadas.

Hasta donde mi memoria alcanza, cualquier tipo de pregones o presentaciones en nuestra ciudad, en espacios públicos o locales cerrados, siempre han sido actos abiertos a los ciudadanos. Pero en esta ocasión se han equivocado gravemente los que, o no las invitaron, o no permitieron la entrada a estas dos concejalas, porque ellas, además de militantes de una formación democrática, están representando, igual que el resto de concejales de otras formaciones políticas, al conjunto de los lucenses.

Estos comportamientos sectarios, propios de tiempos lejanos, empobrecen a quienes los practican y los señalan como personas que sólo buscan enfrentar, en lugar de confrontar. Este tipo de muros, tarde o temprano, los lucenses se encargarán de derribarlos.


Muros

A historia da humanidade está chea de acontecementos dos cales parece que aprendemos pouco ou moi pouco. Son moitos os eventos históricos que puxeron de manifesto a utilización de ferramentas para dividirnos, para separarnos. Algunhas destas ferramentas son materiais e outras o son de palabras, refírome en ambos os casos para levantar muros. Os uns serven para dividir os territorios, grandes como as nacións ou máis pequenos como as leiras. Os outros separan as ideas, as culturas, en definitiva, ás persoas.

Durante moitos anos o famoso Muro de Berlín representou o máis claro exemplo dun mundo partido en dous, separando familias, proxectos de vida ou soños de moitos cidadáns. Cando se produciu a súa caída, a súa demolición, as celebracións representaron a reconciliación e a unidade, a esperanza de non volver ver levantadas ese tipo de barreiras infranqueables entre as persoas. Sen ánimo de establecer comparacións, pouco aprendemos desas experiencias ao ver levantar un gran muro na fronteira do sur de Estados Unidos con México. 

Pero se os muros materiais representan esas separacións, non me parecen menos reprochables os muros ideolóxicos. Fun testemuña directa ao escoitar en primeira persoa ao entón presidente Zapatero anunciar un cordón sanitario contra o Partido Popular, así chamo a ese muro. Un muro ideolóxico que pretendía defenestrar unha ideoloxía en favor da súa, unha forma perigosa de illamento, cuxa xustificación se dirixe aos líderes pero que afecta os votantes, a moitos cidadáns.

Más recente, e fun testemuña directa, podemos enmarcar nesta tendencia o discurso de Pedro Sánchez falando reiteradamente de levantar un muro contra a dereita e a ultradereita, unha forma moi clara de delimitar o seu espazo de diálogo, o que aos poucos está a provocar unha radicalización, unha polarización e unha rotura progresiva da convivencia entre españois.

E agora céntrome no máis próximo e próximo no espazo e no tempo. Hai só uns días en Lugo, no popular barrio da Milagrosa, producíase outro nefasto exemplo de levantamento de muros ideolóxicos á nosa convivencia. Dúas concelleiras do Partido Popular acudían a escoitar un pregón festivo e non foron ben recibidas, non se lles permitiu entrar ao local do evento precisamente pola súa condición de pertencer a ese Partido, alegando a organización que non foran convidadas.

Ata onde a miña memoria alcanza, calquera tipo de pregóns ou presentacións na nosa cidade, en espazos públicos ou locais pechados, sempre foron actos abertos aos cidadáns. Pero nesta ocasión equivocáronse gravemente os que, ou non as convidaron, ou non permitiron a entrada a estas dúas concelleiras, porque elas, ademais de militantes dunha formación democrática, están a representar, igual que o resto de concelleiros doutras formacións políticas, ao conxunto dos lucenses.

Estes comportamentos sectarios, propios de tempos afastados, empobrecen a quen os practica e sinálanos como persoas que só buscan enfrontar, en lugar de confrontar. Este tipo de muros, tarde ou cedo, os lucenses encargaranse de derrubalos.


miércoles, 14 de mayo de 2025

Primark sin K

En 48 horas abrirá sus puertas en el centro comercial As Termas una nueva tienda perteneciente a una marca potente, Primark. No hace falta ser adivino para vaticinar que será un acontecimiento con expectación mediática, largas colas y ambiente festivo en un centro comercial que cuando fue inaugurado, el alcalde de entonces se atrevió a calificar como la catedral de las compras. Lo clavó, porque con aquella apuesta por potenciar las compras en un centro comercial en la periferia de la ciudad, comenzó el declive del comercio en zonas donde tradicionalmente la vida giraba en torno a la proximidad y a los establecimientos de servicios, lo que debería habernos llevado a una profunda reflexión sobre el modelo de ciudad y a quien queremos “primar” mediante las decisiones adoptadas en los organismos con responsabilidad política.

La paradoja está servida. Se inaugura y potencia una catedral del comercio, mientras se perjudica y se deja languidecer a las actividades que dan vida a nuestras calles más emblemáticas. Escuchamos reiteradamente a nuestros munícipes hablar de dinamizar el centro histórico y la economía de proximidad, pero al mismo tiempo se obliga a los pequeños comercios a bajar sus persianas.

El comercio local se enfrenta a varias amenazas. Por una parte, la concentración del consumo en centros comerciales en lugares periféricos. Por otro, las dificultades ya conocidas y sufridas, como las obras con plazos de ejecución excesivos y con sus sucesivas prórrogas que expulsan a los clientes ante las dificultades de acercarse a estos comercios, ya no solamente en vehículos, sino también a pie. A esto cabría añadir los elevados impuestos y trabas burocráticas, las restricciones del tráfico, generalmente por mala o nula planificación, la eliminación sin alternativas de plazas de aparcamiento, o el deterioro de edificaciones en algunos barrios.

Ha llamado mi atención positivamente la iniciativa de uno de esos comercios locales en nuestro centro histórico, Confecciones García que, con una buena capacidad de marketing propio, colocó en su escaparate un mensaje muy clarificador ante la llegada de la cadena Primark. Lo ha hecho con el nombre de la cadena irlandesa, pero eliminando su última letra, la k, y poniendo en valor las características principales del comercio tradicional: Primar la calidad, primar la atención profesional, primar el comercio local, primar la fabricación nacional. Toda una buena lección de ingenio.

Este establecimiento histórico, como otros similares de Lugo, no tienen capacidad para financiar campañas costosas de publicidad, ni pueden vender prendas a cuatro euros, pero sí pueden ofrecer lo que los grandes establecimientos no suelen hacer: proximidad, trato humano personalizado, calidad, arraigo de costumbres y tradiciones, y participar directamente en mantener vivas las ciudades. Porque nadie mejor que el comercio local para mantener el alma de Lugo.

Primar sin «K» consiste precisamente en dar prioridad a lo cercano, a lo nuestro, a lo que tiene sobradamente demostrado su valor. No pretendo demonizar a las grandes superficies comerciales, sólo digo que es necesario ayudar al otro comercio a pelear en el mercado en condiciones de cierta igualdad. Se trata de que reconozcamos que, si nuestras tiendas se cierran, se estará contribuyendo a vaciar de vida algunos barrios. Recuerden la experiencia de la Pandemia.

Apostemos por cuidar a quienes han estado ahí siempre y preguntémonos ¿a quién queremos primar? Primar sin K.


PRIMARK sen K

En 48 horas abrirá as súas portas no centro comercial As Termas unha nova tenda pertencente a unha marca potente, Primark. Non fai falta ser adiviño para vaticinar que será un acontecemento con expectación mediática, longas colas e ambiente festivo nun centro comercial que cando foi inaugurado, o alcalde de entón atreveuse a cualificar como a catedral das compras. Cravouno, porque con aquela aposta por potenciar as compras nun centro comercial na periferia da cidade, comezou o declive do comercio en zonas onde tradicionalmente a vida viraba ao redor da proximidade e aos establecementos de servizos, o que debería levarnos a unha profunda reflexión sobre o modelo de cidade e a quen quero “primar” mediante as decisións adoptadas nos organismos con responsabilidade política.

O paradoxo está servida. Inaugúrase e potencia unha catedral do comercio, mentres se prexudica e déixase languidecer ás actividades que dan vida ás nosas rúas máis emblemáticas. Escoitamos reiteradamente aos nosos concelleiros falar de dinamizar o centro histórico e a economía de proximidade, pero ao mesmo tempo obrígase aos pequenos comercios a baixar as súas persianas.

O comercio local enfróntase a varias ameazas. Por unha banda, a concentración do consumo en centros comerciais en lugares periféricos. Por outro, as dificultades xa coñecidas e sufridas, como as obras con prazos de execución excesivos e coas súas sucesivas prórrogas que expulsan aos clientes #ante as dificultades de achegarse a estes comercios, xa non soamente en vehículos, senón tamén a pé. A isto cabería engadir os elevados impostos e trabas burocráticas, as restricións do tráfico, xeralmente por mala ou nula planificación, a eliminación sen alternativas de prazas de aparcamento, ou a deterioración de edificacións nalgúns barrios.

Chamou a miña atención positivamente a iniciativa dun deses comercios locais no noso centro histórico, Confeccións García que, cunha boa capacidade de márketing propio, colocou no seu escaparate unha mensaxe moi clarificadora #ante a chegada da cadea Primark. Fíxoo co nome da cadea irlandesa, pero eliminando a súa última letra, a k, e poñendo en valor as características principais do comercio tradicional: Primar a calidade, primar a atención profesional, primar o comercio local, primar a fabricación nacional. Toda unha boa lección de enxeño.

Este establecemento histórico, como outros similares de Lugo, non teñen capacidade para financiar campañas custosas de publicidade, nin poden vender pezas a catro euros, pero si poden ofrecer o que os grandes establecementos non adoitan facer: proximidade, trato humano personalizado, calidade, arraigamento de costumes e tradicións, e participar directamente en manter vivas as cidades. Porque ninguén mellor que o comercio local para manter a alma de Lugo.

Primar sen «K» consiste precisamente en dar prioridade ao próximo, ao noso, ao que ten sobradamente demostrado o seu valor. Non pretendo demonizar ás grandes superficies comerciais, só digo que é necesario axudar ao outro comercio para pelexar no mercado en condicións de certa igualdade. Trátase de que recoñezamos que, se as nosas tendas péchanse, estarase a contribuír a baleirar de vida algúns barrios. Lembren a experiencia da Pandemia.

Apostemos por coidar a quen estivo aí sempre e preguntémonos a quen queremos primar? Primar sen K.


miércoles, 30 de abril de 2025

Consultorio artificial

Saturado, como supongo les pasará a muchos lectores, de las noticias relacionadas con la actualidad política en España y en el mundo, he querido poner el foco en una noticia que posiblemente haya pasado desapercibida para muchos. Hace unos días se nos relataba como muchos jóvenes, cada día más, vienen utilizando esta nueva herramienta llamada Inteligencia Artificial (IA) como su «psicólogo» personal. La noticia, además de generarme inquietud, me ha llevado a preguntarme si estaremos ante un riesgo silencioso o antes nuevas modalidades de vínculos emocionales.

Son muchas las reflexiones que este tema me sugiere, empezando por los posibles motivos por los que muchos jóvenes vienen utilizando la IA para cuestiones personales. Pienso en el anonimato al realizar sus consultas desde sus dispositivos electrónicos en su intimidad; la falta de recursos para acceder a profesionales; la rapidez con la que obtienen respuesta a su consulta; la comodidad para realizar las consultas desde cualquier lugar, entre otros motivos.

Cuando me preguntaba si estaremos ante una nueva forma de vinculo emocional, de intimidad digital, o ante un riesgo silencioso o invisible, he considerado que, como en otros ámbitos, todo dependerá del uso que se haga de esta herramienta, un uso responsable o un uso con riesgos.

Para ello se me ocurrió probar yo la herramienta y hacerle preguntas inventadas para conocer el grado de respuestas recibidas y con ello valorar el consultorio.

Si me hago pasar por una estudiante universitaria y le pregunto a la IA «Mi pareja me controla mucho, ¿qué hago?». La respuesta recibida fue «trata de ser más comprensiva». Una respuesta automática, sin tener en cuenta matices emocionales u otras señales de abuso psicológico, lo que pudiera llevar a esa persona ficticia a permanecer en una relación tóxica.

Si me identifico como un estudiante con síntomas de ansiedad, consultada la IA, ésta me responde que consulte a un profesional de salud mental si los síntomas persisten, después de haberme proporcionado algunos recursos básicos, como el ejercicio físico o técnicas de respiración.

Podríamos hacer muchas más pruebas pero seguramente todos llegaríamos a la conclusión de que el problema no es usar la IA, sino cómo y para qué la usamos. Un uso responsable podría resolver consultas de tipo general o sobre recursos disponibles para abordar una determinada situación, mientas que un uso inadecuado sería pedirle a la IA un diagnóstico, una terapia o soluciones definitivas para ese mismo problema.

Un problema añadido viene cuando este consultorio artificial no solo actúa sobre cuestiones emocionales individuales, sino también sobre como formarnos opiniones sobre otras personas conocidas o públicas, preguntándole a la IA qué se dice de ellos. Esta nueva manera de actuar puede que les lleve a que tomen como verdad objetiva una respuesta recibida de manera automática, en lugar de formarse su propia opinión a partir de más fuentes de información o de experiencias directas. Todos debemos saber que la IA no tiene un juicio crítico, sino que lo que nos ofrece son datos , recogidos de lo que esta publicado en internet. Datos que seguramente están desactualizados o son sesgados.

Cuando dejamos que la IA piense por nosotros estamos dejando que otros nos digan a quien admirar o a quien detestar.


Consultorio artificial

Saturado, como supoño que lles pasará a moitos lectores, das noticias relacionadas coa actualidade política en España e no mundo, quixen poñer o foco nunha noticia que posiblemente pasase desapercibida para moitos. Hai uns días relatábasenos como moitos mozos, cada día máis, veñen utilizando esta nova ferramenta chamada Intelixencia Artificial (IA) como o seu «psicólogo» persoal. A noticia, ademais de xerarme inquietude, levoume a preguntarme se estaremos #ante un risco silencioso ou antes novas modalidades de vínculos emocionais.

Son moitas as reflexións que este tema suxíreme, empezando polos posibles motivos polos que moitos mozos veñen utilizando a IA para cuestións persoais. Penso no anonimato ao realizar as súas consultas desde os seus dispositivos electrónicos na súa intimidade; a falta de recursos para acceder a profesionais; a rapidez coa que obteñen resposta á súa consulta; a comodidade para realizar as consultas desde calquera lugar, entre outros motivos.

Cando me preguntaba se estaremos #ante unha nova forma de vinculo emocional, de intimidade dixital, ou #ante un risco silencioso ou invisible, considerei que, como noutros ámbitos, todo dependerá do uso que se faga desta ferramenta, un uso responsable ou un uso con riscos.

Para iso ocorréulleme probar eu a ferramenta e facerlle preguntas inventadas para coñecer o grao de respostas recibidas e con iso valorar o consultorio.

Se me fago pasar por unha estudante universitaria e pregúntolle á IA «A miña parella contrólame moito, que fago?». A resposta recibida foi «trata de ser máis comprensiva». Unha resposta automática, sen ter en conta matices emocionais ou outros sinais de abuso psicolóxico, o que puidese levar a esa persoa ficticia a permanecer nunha relación tóxica.

Se me identifico como un estudante con síntomas de ansiedade, consultada a IA, esta respóndeme que consulte a un profesional de saúde mental se os síntomas persisten, despois de proporcionarme algúns recursos básicos, como o exercicio físico ou técnicas de respiración.

Poderiamos facer moitas máis probas pero seguramente todos chegariamos á conclusión de que o problema non é usar a IA, senón como e para que a usamos. Un uso responsable podería resolver consultas de tipo xeral ou sobre recursos dispoñibles para abordar unha determinada situación, mintas que un uso inadecuado sería pedirlle á IA un diagnóstico, unha terapia ou solucións definitivas para ese mesmo problema.

Un problema engadido vén cando este consultorio artificial non só actúa sobre cuestións emocionais individuais, senón tamén sobre como formarnos opinións sobre outras persoas coñecidas ou públicas, preguntándolle á IA que se di deles. Esta nova maneira de actuar poida que lévelles a que tomen como verdade obxectiva unha resposta recibida de maneira automática, en lugar de formarse a súa propia opinión a partir de máis fontes de información ou de experiencias directas. Todos debemos saber que a IA non ten un xuízo crítico, senón que o que nos ofrece son datos , recollidos do que esta publicado na internet. Datos que seguramente están desactualizados ou son nesgados.

Cando deixamos que a IA pense por nós estamos a deixar que outros nos digan a quen admirar ou a quen detestar.

miércoles, 16 de abril de 2025

Cuando la música suena

Parado en un semáforo, escuché cómo una música se incrementaba de volumen a medida que se acercaba un coche con la ventanilla del conductor bajada. Al llegar a mi altura ya no se podía escuchar otro sonido que no fuese el ruido que provocaba dentro de aquel coche un tema de Rap, o Trap, o reguetón lento… no sabría decirles. Me pregunté qué efectos estaría provocando aquella música sonando al máximo volumen, vibrando más que los bajos de una discoteca. Quizá según sube el volumen baja la tolerancia hacia el resto de conductores y peatones, pudiendo convertir un simple adelantamiento en una cuestión de honor. Aquí la música no sólo influye en el estado de ánimo del oyente, sino también en su comportamiento.

Pasado el momento y de camino a casa pensé en los efectos que podrían provocar otras músicas en los ambientes políticos y sociales, donde la polarización, la crispación, el ruido constante de las opiniones enfrentadas que se han instalado en nuestro día a día igual que una banda sonora machacona, sonando sin tregua. En nuestra España, pero también en otras partes del planeta, hemos visto como en pocos días el dialogo se sustituyó por el grito, o los debates por los eslóganes. Me iba preguntando qué papel podría jugar la música en medio de este clima.

No estamos acostumbrando a un escenario en el que todo el mundo grita, ya sea en el Congreso, en las tertulias de televisión, en las redes sociales… La polarización se ha instalado de tal forma en nuestra sociedad que ya ni nos inmutamos. En medio de tanto ruido, hay algo que nos pone de acuerdo, la música, aunque solo sea por el tiempo que dura una canción. 

Fue Shakespeare quien dijo que la música tiene “encantos para amansar a las fieras”, que con el paso del tiempo se ha simplificado en el dicho de que la música amansa a las fieras. Habría que matizar qué tipo de música, ya que cuando el célebre personaje dijo tal frase no existían vehículos a motor con equipos de música capaces de alcanzar tantos decibelios.

Lo que sí parece probado es que la música es una vía de escape, una alternativa al lenguaje de la confrontación, ayudándonos a vivir de otra manera las diferencias, de forma menos agresiva y con más empatía. Las diferencias ideológicas han llevado al enfrentamiento, mientras que la música, en sus diferentes estilos, reúne a personas que pensando de manera muy diferente son capaces de emocionarse o cantar juntas un mismo tema.

La música no pregunta a quién votamos o cómo pensamos, sólo suena. Y cuando suena bien logra hacernos sentir unidos y eso, en los tiempos que corren es casi terapéutico.

No estoy sugiriendo que suene Mozart en medio de los debates políticos o en la sala de un consejo de ministros, pero no estaría de más que la música formara parte un poco más de nuestra vida pública, que haga de puentes donde hemos construido muros, que suene cuando las palabras ya no logren los acuerdos y los consensos deseados.

Que la música siga sonando porque, tal vez, cuando la música suene las fieras bajen su furia y las personas se entiendan mejor.


Cando a música soa

Parado nun semáforo, escoitei como unha música incrementábase de volume a medida que se achegaba un coche co portelo do condutor baixada. Ao chegar á miña altura xa non se podía escoitar outro son que non fose o ruído que provocaba dentro daquel coche un tema de Rap, ou Trap, ou reguetón lento… non sabería dicirlles. Pregunteime que efectos estaría a provocar aquela música soando ao máximo volume, vibrando máis que os baixos dunha discoteca. Quizá segundo sobe o volume baixa a tolerancia cara ao resto de condutores e peóns, podendo converter un simple adiantamento nunha cuestión de honra. Aquí a música non só inflúe no estado de ánimo do oínte, senón tamén no seu comportamento.

Pasado o momento e de camiño a casa pensei nos efectos que poderían provocar outras músicas nos ambientes políticos e sociais, onde a polarización, a crispación, o ruído constante das opinións enfrontadas que se instalaron no noso día a día igual que unha banda sonora machacona, soando sen tregua. Na nosa España, pero tamén noutras partes do planeta, vimos como en poucos días o dialogo substituíuse polo berro, ou os debates polos eslóganes. Ía preguntando que papel podería xogar a música no medio deste clima.

Non estamos a afacer a un escenario no que todo o mundo grita, xa sexa no Congreso, nos faladoiros de televisión, nas redes sociais… A polarización instalouse de tal forma na nosa sociedade que xa nin nos inmutamos. No medio de tanto ruído, hai algo que nos pon de acordo, a música, aínda que só sexa polo tempo que dura unha canción. 

Foi Shakespeare quen dixo que a música ten “encantos para amansar ás feras”, que co paso do tempo simplificouse no devandito de que a música amansa ás feras. Habería que matizar que tipo de música, xa que cando o soado personaxe dixo tal frase non existían vehículos de motor con equipos de música capaces de alcanzar tantos decibeis.

O que si parece probado é que a música é unha vía de escape, unha alternativa á linguaxe da confrontación, axudándonos a vivir doutra maneira as diferenzas, de forma menos agresiva e con máis empatía. As diferenzas ideolóxicas han levado ao enfrontamento, mentres que a música, nos seus diferentes estilos, reúne a persoas que pensando de maneira moi diferente son capaces de emocionarse ou cantar xuntas un mesmo tema.

A música non pregunta a quen votamos ou como pensamos, só soa. E cando soa ben logra facernos sentir unidos e iso, nos tempos que corren é case terapéutico.

Non estou a suxerir que soe Mozart no medio dos debates políticos ou na sala dun consello de ministros, pero non estaría de máis que a música formase parte un pouco máis da nosa vida pública, que faga de pontes onde construímos muros, que soe cando as palabras xa non logren os acordos e os consensos desexados.

Que a música siga soando porque, talvez, cando a música soe as feras baixen a súa furia e as persoas se entendan mellor.