miércoles, 28 de noviembre de 2018

Refranero

Si de algo se ha escrito y hablado mucho en los últimos días ha sido del triste episodio ocurrido en el Congreso de los Diputados durante la ultima sesión de control al gobierno. Ya son virales las imágenes de diputado Rufián (cuyo apellido le viene al pelo) siendo expulsado del hemiciclo por pasarse tres pueblos en su afán desmedido de alcanzar protagonismo a cualquier precio. (“Como te presentes, así te mirará la gente”). Y este señor ya se ha presentado y retratado en muchas ocasiones.

Pero el grotesco incidente no terminaba con su numerito y posterior expulsión sino que, para bochorno de propios y extraños, en el camino de salida uno de sus compañeros, (“de tal palo, tal astilla”) realizaba un gesto indigno de figurar en los anales de la vida parlamentaria. Escupiera o amagara con hacerlo, el resultado viene siendo muy parecido (“tira la piedra y esconde la mano”). Mostró desprecio, inquina y odio hacia un miembro del gobierno, a pesar de que con su voto lo ha puesto ahí y del que resulta ser socio continuo por acción o por omisión. 

Pero lo descrito causó bochorno, dio vergüenza ajena ver cómo han sido los propios compañeros del ministro ofendido los que no han visto nada (“ojos que no ven, corazón que no siente”). Mejor dicho, no han querido ver nada, porque de haberlo visto y reconocido tendrían que salir en tromba a defender a los suyos y eso implicaba cabrear a los ofensores, que resultan imprescindibles para mantener al jefe en su codiciado lugar, La Moncloa (“cosas veredes, amigo Sancho”).

Pero lo del pasado miércoles no son hechos aislados. Todos los días los españoles estamos recibiendo de nuestro gobierno algunos escupitajos, los queramos o no ver. ¿Cómo explicarnos que se mancille la separación de poderes para acabar propiciando indultos a los compañeros y amigos separatistas que escupen en el hemiciclo? Aquí se expulsa mucha más saliva que la que destinaron a Borrel. 

El último, por ahora, parece un escupitajo hacia arriba. Nuestro presidente acaba de vender como un gran logro la renuncia a lo que anteriormente había costado mucho esfuerzo conseguir (“alabanza propia, mentira clara”). El acuerdo del Brexit, hasta hace unos días, otorgaba a España la capacidad negociadora ante cualquier cuestión capital que afecte a Gibraltar. Hoy, después del gol por la escuadra al gobierno de Sánchez, nada es igual, sino peor. España ya no tiene la llave de la verja, la ha cambiado por unas cartas con declaraciones de intenciones sin validez jurídica alguna, ha cedido por un plato de lentejas. Un escupitajo al cielo (“el que al cielo escupe, en la cara le cae”).

Tanta mentira, tanta soberbia, engreimiento, petulancia, tienen que tener su respuesta y el lugar idóneo por transparencia y participación plural para darla son las urnas. Lo que está por comprobar es si la moción de censura era para convocar elecciones o para, como recientemente han confesado, cumplir con la obligación de todo gobierno, mantenerse, pero “agosto y septiembre, no duran siempre”.

Refraneiro


Se de algo se escribiu e falado moito nos últimos días foi do triste episodio ocorrido no Congreso dos Deputados durante ultímaa sesión de control ao goberno. Xa son virais as imaxes de deputado Rufián (cuxo apelido lle vén ao xeito) sendo expulsado do hemiciclo por pasarse tres pobos no seu afán desmedido de alcanzar protagonismo a calquera prezo. (“Como te presentes, así che mirará a xente”). E este señor xa se presentou e retratado en moitas ocasións.

Pero o grotesco incidente non terminaba co seu número e posterior expulsión senón que, para bochorno de propios e estraños, no camiño de saída uno dos seus compañeiros, (“de tal pau, tal acha”) realizaba un xesto indigno de figurar nos anais da vida parlamentaria. Cuspise ou amagara con facelo, o resultado vén sendo moi parecido (“tira a pedra e esconde a man”). Mostrou desprezo, inquina e odio cara a un membro do goberno, a pesar de que co seu voto púxoo aí e do que resulta ser socio continuo por acción ou por omisión. 

Pero o descrito causou bochorno, deu vergoña allea ver como foron os propios compañeiros do ministro ofendido os que non viron nada (“ollos que non ven, corazón que non sente”). Mellor devandito, non quixeron ver nada, porque de velo e recoñecido terían que saír en tromba a defender aos seus e iso implicaba cabrear aos ofensores, que resultan imprescindibles para manter ao xefe no seu cobizado lugar, A Moncloa (“cousas veredes, amigo Sancho”).

Pero o do pasado mércores non son feitos illados. Todos os días os españois estamos a recibir do noso goberno algúns cuspidos, queirámolos ou non ver. Como explicarnos que se mancille a separación de poderes para acabar propiciando indultos aos compañeiros e amigos separatistas que cospen no hemiciclo? Aquí expúlsase moita máis saliva que a que destinaron a Borrel. 

O último, por agora, parece un cuspido cara arriba. O noso presidente acaba de vender como un gran logro a renuncia ao que anteriormente había costado moito esforzo conseguir (“encomio propio, mentira clara”). O acordo do Brexit, ata hai uns días, outorgaba a España a capacidade negociadora ante calquera cuestión capital que afecte a Xibraltar. Hoxe, despois do gol pola escuadra ao goberno de Sánchez, nada é igual, senón peor. España xa non ten a chave do enreixado, cambiouna por unhas cartas con declaracións de intencións sen validez xurídica algunha, cedeu por un prato de lentellas. Un cuspido ao ceo (“o que ao ceo cospe, na cara cae”).

Tanta mentira, tanta soberbia, engreimiento, petulancia, teñen que ter a súa resposta e o lugar idóneo por transparencia e participación plural para dala son as urnas. O que está por comprobar é se a moción de censura era para convocar eleccións ou para, como recentemente confesaron, cumprir coa obrigación de todo goberno, manterse, pero “agosto e setembro, non duran sempre”.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Mirando al retrovisor

Hay quien utiliza el retrovisor, como marcan las normas de la buena conducción, únicamente para comprobarlo cada cierto tiempo. Pero hay otros que parecen más empeñados en conducir sin mirar hacia delante, atendiendo solo a los espejos. Su destino está claro, acabarán chocando contra el primer obstáculo.

Cuando un gobernante manifiesta su fijación con temas del pasado, y no del más reciente precisamente, está mandando un mensaje poco tranquilizador. Con intención o sin ella la obsesión del Gobierno, o de su Presidente, por reescribir la historia a su gusto y capricho, y por volver a poner de actualidad a quien lleva enterrado más de 40 años también dice poco de lo que podemos esperar de cara al presente y futuro.

Con el tema de Franco se han equivocado. Se han metido en un jardín sin haber explorado previamente si había tojos o amapolas. No contaron con la familia, quisieron implicar a la Iglesia y ahora quieren cambiar la Ley de la Memoria Histórica, el gran legado de Zapatero, para impedir que el traslado de sus restos se haga al panteón que la familia tiene en La Almudena. La exhumación nos la anuncian cada semana para la siguiente, pero todavía no saben a dónde llevarlo.

Mirar hacia atrás solo debería servir para aprender de ese pasado, de los aciertos y, especialmente, de los errores. Ha quedado demostrado que después de implantar nuestra joven democracia, nacida del espíritu que dio luz a la Constitución del 78, algunos acontecimientos o decisiones de varios gobiernos se condujeron por el camino equivocado. Ante las reivindicaciones de los territorios con lideres nacionalistas, por causas diversas se cedió transfiriendo competencias que hasta entonces eran del Estado como la sanidad y la educación con resultados ya conocidos. El resultado de nada sirvió a la hora de aplacar los voraces apetitos nacionalistas. Ahora, sin aprender de aquellos errores, se pretende prolongar la estancia en la Moncloa a cambio de más platos de lentejas.

Con la mirada puesta exclusivamente en el retrovisor, primero Zapatero y ahora Sánchez, han vuelto a las historias de buenos y malos, a saturarnos de series y reportajes sobre la República y la Guerra Civil desde la televisión pública controlada por sus socios de Podemos... a resucitar viejos odios.

Quienes condujeron este país mirando hacia delante, y consultaban el retrovisor solo para esquivar las malas lecciones, fueron aquellos lideres políticos que sumando al conjunto de los españoles allá por los finales de los setenta, con gran generosidad de una y otra parte, superaron sus diferencias y miraron al futuro construyendo una Constitución de concordia y apuntalando la incipiente democracia desde entonces a nuestros días.

En todo proyecto de vida personal, o plan de acción empresarial, los objetivos se alcanzan caminando desde el hoy hacia el futuro, nunca retornando al pasado. Solo quienes son incapaces de ilusionar a la sociedad con medidas que nos impulsen a un futuro mejor, recurren a los fantasmas, a desenterrar cadáveres, a guiarse por el retrovisor. 

Mirando ao retrovisor

Hai quen utiliza o retrovisor, como marcan as normas da boa condución, unicamente para comprobalo cada certo tempo. Pero hai outros que parecen máis empeñados en conducir sen mirar cara adiante, atendendo só aos espellos. O seu destino está claro, acabarán chocando contra o primeiro obstáculo.

Cando un gobernante manifesta a súa fixación con temas do pasado, e non do máis recente precisamente, está a mandar unha mensaxe pouca tranquilizador. Con intención ou sen ela a obsesión do Goberno, ou do seu Presidente, por reescribir a historia ao seu gusto e capricho, e por volver poñer de actualidade a quen leva enterrado máis de 40 anos tamén di pouco do que podemos esperar de fronte ao presente e futuro.

Co tema de Franco equivocáronse. Metéronse nun xardín sen explorar previamente se había toxos ou mapoulas. Non contaron coa familia, quixeron implicar á Igrexa e agora queren cambiar a Lei da Memoria Histórica, o gran legado de Zapatero, para impedir que o traslado dos seus restos fágase ao panteón que a familia ten na Almudena. A exhumación anúnciannola cada semana para a seguinte, pero aínda non saben onde levalo.

Mirar cara atrás só debería servir para aprender dese pasado, dos acertos e, especialmente, dos erros. Quedou demostrado que despois de implantar nosa nova democracia, nada do espírito que deu luz á Constitución do 78, algúns acontecementos ou decisións de varios gobernos conducíronse polo camiño equivocado. Ante as reivindicacións dos territorios con lideres nacionalistas, por causas diversas cedeuse transferindo competencias que ata entón eran do Estado como a sanidade e a educación con resultados xa coñecidos. O resultado de nada serviu á hora de aplacar os voraces apetitos nacionalistas. Agora, sen aprender daqueles erros, preténdese prolongar a estancia na Moncloa a cambio de máis pratos de lentellas.

Coa mirada posta exclusivamente no retrovisor, primeiro Zapatero e agora Sánchez, volveron ás historias de bos e malos, a saturarnos de series e reportaxes sobre a República e a Guerra Civil desde a televisión pública controlada polos seus socios de Podemos... a resucitar vellos odios.

Quen conduciu este país mirando cara adiante, e consultaban o retrovisor só para esquivar as malas leccións, foron aqueles lideres políticos que sumando ao conxunto dos españois alá polos finais dos setenta, con gran xenerosidade dunha e outra parte, superaron as súas diferenzas e miraron ao futuro construíndo unha Constitución de concordia e apontoando a incipiente democracia desde entón aos nosos días.

En todo proxecto de vida persoal, ou plan de acción empresarial, os obxectivos alcánzanse camiñando desde o hoxe cara ao futuro, nunca retornando ao pasado. Só quen é incapaces de ilusionar á sociedade con medidas que nos impulsen a un futuro mellor, recorren ás pantasmas, a desenterrar cadáveres, a guiarse polo retrovisor.