miércoles, 28 de octubre de 2020

Desmemoriados

Llevamos semanas, meses, escuchando y leyendo noticias cuyo principal contenido está compuesto por cifras, estadísticas, gráficos y mapas llenos de colores verdes, naranjas y con mucho rojo. De no ser porque se refieren a la situación de una larga y grave pandemia parecerían sólo eso, estadísticas y cifras. Pero nos tratan de acercar a cantidades que se traducen en personas contagiadas, ingresadas en hospitales, en las UCIs, que han sido dadas de alta o que han fallecido. Negocios que no aguantaron meses de inactividad, personas en paro o cobrando algún tipo de ayuda, en definitiva cifras poco tranquilizadoras en momentos en los que, a pesar de habernos asegurado en junio que esto había pasado y podíamos disfrutar el verano, la realidad, que siempre es tozuda, se ha impuesto y nos despierta de ese sueño o deseo de haber dejado atrás los peligros que nunca se fueron ni dejaron de amenazar.

En medio de esa tormenta diaria de cifras otras noticias conteniendo igualmente más cifras y estadísticas han pasado casi desapercibidas, y sin tratar de equipararlas en cuanto a su gravedad, lo cierto es que deberían hacernos reflexionar. Sólo traigo a estas líneas una de ellas con uno de sus muchos titulares: “Seis de cada diez jóvenes no saben quién fue Miguel Ángel Blanco”. Noticias referidas a una encuesta de GAD3 que nos revela algunas cosas que también deberían preocuparnos por sus consecuencias, como que más de la mitad de los españoles cree que la organización terrorista ETA sigue activa; el 70% de los españoles no saben quién fue José Antonio Ortega Lara; sólo un 38% de los jóvenes identifica a Irene Villa como una de las victimas de ETA; el 95% de los españoles desconoce el número de victimas causadas por el terrorismo etarra; y quizás la que puede relevar el origen de algunas de las anteriores, el 68% de los menores de 35 años reconocen que no han estudiado en el colegio o la universidad nada que esté relacionado con la banda terrorista que durante años segó la vida de más de 800 víctimas y dejó con heridas y traumas irrecuperables a miles de familias en España. El citado estudio lleva por título “La memoria de un país. Estudio sobre el conocimiento de la historia de ETA en España

He traído este ejemplo por lo que para nosotros debería representar nuestra Historia como pueblo, como Nación. Quizás mucha de esta desmemoria proceda de la falta del estudio de nuestra historia, pasada y reciente, en los programas de enseñanza. No me considero quién pata cuestionar métodos ni programas educativos, sólo trato de constatar hechos. 

Inmersos en la inmediatez, en la era digital y de las redes sociales, en la época de los influencers, pudiera parecer que lo bueno y lo malo acontecido antaño no tiene capacidad de influir y por ello de afectarnos como sociedad a día de hoy.  

Un pueblo que ignora o desconoce su historia está condenado a repetir sus errores, a no aprender de ellos y también a no sentir orgullo por sus gestas, ni a recordar a sus héroes, los de antes y los de ahora. Está condenado a construir una sociedad de desmemoriados.


Desmemoriados

Levamos semanas, meses, escoitando e lendo noticias cuxo principal contido está composto por cifras, estatísticas, gráficos e mapas cheos de cores verdes, laranxas e con moito vermello. De non ser porque se refiren á situación dunha longa e grave pandemia parecerían só iso, estatísticas e cifras. Pero trátannos de achegar a cantidades que se traducen en persoas contaxiadas, ingresadas en hospitais, nas  UCIs, que foron dadas de alta ou que faleceron. Negocios que non aguantaron meses de inactividade, persoas en paro ou cobrando algún tipo de axuda, en definitiva cifras pouco  tranquilizadoras en momentos nos que, a pesar de asegurarnos en xuño que isto pasara e podiamos gozar o verán, a realidade, que sempre é túzara, impúxose e espértanos dese soño ou desexo de deixar atrás os perigos que nunca se foron nin deixaron de ameazar.

No medio desa tormenta diaria de cifras outras noticias contendo igualmente máis cifras e estatísticas pasaron case desapercibidas, e sen tratar de equiparalas en canto á súa gravidade, o certo é que deberían facernos reflexionar. Só traio a estas liñas unha delas cun dos seus moitos titulares: “Seis de cada dez novos non saben quen foi Miguel Ángel Blanco”. Noticias referidas a unha enquisa de  GAD3 que nos revela algunhas cousas que tamén deberían preocuparnos polas súas consecuencias, como que máis da metade dos españois cre que a organización terrorista ETA segue activa; o 70% dos españois non saben quen foi José Antonio Ortega Lara; só un 38% dos mozos identifica a Irene Villa como unha das  victimas de ETA; o 95% dos españois descoñece o número de  victimas causadas polo terrorismo etarra; e quizais a que pode relevar a orixe dalgunhas das anteriores, o 68% dos menores de 35 anos recoñecen que non estudaron no colexio ou a universidade nada que estea relacionado coa banda terrorista que durante anos segou a vida de máis de 800 vítimas e deixou con feridas e traumas irrecuperables a miles de familias en España. O citado estudo leva por título “A memoria dun país. Estudo sobre o coñecemento da historia de ETA en España

Trouxen este exemplo polo que para nós debería representar a nosa Historia como pobo, como Nación. Quizais moita desta  desmemoria proceda da falta do estudo da nosa historia, pasada e recente, nos programas de ensino. Non me considero quen pata cuestionar métodos nin programas educativos, só trato de constatar feitos. 

Inmersos na inmediatez, na era dixital e das redes sociais, na época dos influencers, puidese parecer que o bo e o malo acontecido outrora non ten capacidade de influír e por iso de afectarnos como sociedade a día de hoxe.  

Un pobo que ignora ou descoñece a súa historia está condenado a repetir os seus erros, a non aprender deles e tamén a non sentir orgullo polas súas xestas, nin a lembrar aos seus heroes, os de antes e os de agora. Está condenado a construír unha sociedade de  desmemoriados.


miércoles, 14 de octubre de 2020

Alunizaje

No es de extrañar que en estos días todos los medios dediquen espacios prioritarios a poner de relieve la hazaña de un gran deportista español como Rafa Nadal. Las buenas noticias son más necesarias que otras veces, y si vienen de personas ejemplares, más.

A Rafael Nadal se le quiere y aprecia no solo por su nivel de juego y deportividad, sino también, y diría sobre todo, por su calidad humana y ejemplo para muchos. Porque Rafa, como muchos de nosotros, todavía se emociona cuando escucha nuestro Himno y se siente orgulloso de nuestra tierra. Hoy más que nunca España necesita de personas como él, que lleven el nombre de su Nación por el mundo adelante sin acomplejarse, con orgullo y siendo ejemplares.

Hace unos años escribí en estas mismas páginas acerca de la necesidad de volver a sentirse orgullosos de ser españoles, de recuperar nuestra autoestima y dejar de ser tan críticos con todo lo bueno que tenemos, que es mucho. Recordaba que nuestra imagen exterior podía resumirse en la combinación entre tradición y modernidad, un país solidario, con un idioma, el español, como lengua universal (el segundo más aprendido y hablado en el mundo), tenemos una gran capacidad de adaptación, y finalmente añadía que somos un país fiable, jurídica y económicamente. No hace falta que les diga qué cosas de las que entonces citaba hoy no podría escribir con tanta seguridad.

Frente a estos ejemplos de orgullo, el panorama actual es preocupante y decepcionante en varios aspectos. La nefasta gestión de la pandemia nos sitúa a la cola de la cada día más lejana recuperación, lo que daña sobremanera la imagen internacional de nuestra Nación. Éramos el país que más jubilados recibía del resto de Europa y el mayor en número de Erasmus, es decir de jóvenes estudiantes que cursaban aquí un año de sus estudios universitarios. Ahora encabezamos el ranking de caída de turistas y todo el sector vinculado a esa gran fuente de empleo y generador de riqueza se tambalea sin horizonte claro por la falta de medidas y la pérdida de confianza en quienes se encuentran al frente del Gobierno.

Los escaparates de los comercios, grandes y pequeños, siempre han sido una manera de anunciar y ayudar a vender sus productos. España siempre tuvo en sus escaparates muchas de las cosas arriba citadas y otras muchas que aquí no caben. La obligación de cualquier gobierno es potenciar y defender esos valores para ayudarnos a crecer como pueblo y aumentar esa autoestima de españoles cada día más devaluada. Lo grave es que nuestro Gobierno actual parece más preocupado en mantenerse en el poder que en gobernar para todos.

De nuestro escaparate quieren retirar al Rey y con ello el sistema constitucional de la Monarquía Parlamentaria, eliminar los valores del respeto y la convivencia entre españoles piensen como piensen y vivan donde vivan volviendo a la fallida clasificación de buenos y malos, e intentan poner en jaque a nuestra justicia atacando su independencia. En definitiva buscan romper ese escaparate para, eliminando al Rey, enterrar después nuestro sistema autonómico y montar un nuevo escaparate que anuncie una república confederal en la que Pedro Sánchez se legitime a si mismo como su fundador. Un alunizaje en toda regla contra el escaparate de la Nación Española. Un alunizaje donde los aluniceros están ahora sentados en el Gobierno.


Aluaxe 

Non é de estrañar que nestes días todos os medios dediquen espazos prioritarios a poñer de relevo a fazaña dun gran deportista español como Rafa Nadal. As boas noticias son máis necesarias que outras veces, e se veñen de persoas exemplares, máis.

A Rafael Nadal quéreselle e aprecia non só polo seu nivel de xogo e deportividade, senón tamén, e diría sobre todo, pola súa calidade humana e exemplo para moitos. Porque Rafa, como moitos de nós, aínda se emociona cando escoita o noso Himno e sente orgulloso da nosa terra. Hoxe máis que nunca España necesita de persoas como el, que leven o nome da súa Nación polo mundo adiante sen cohibirse, con orgullo e sendo exemplares.

Hai uns anos escribín nestas mesmas páxinas acerca da necesidade de volver sentirse orgullosos de ser españois, de recuperar a nosa autoestima e deixar de ser tan críticos con todo o bo que temos, que é moito. Lembraba que a nosa imaxe exterior podía resumirse na combinación entre tradición e modernidade, un país solidario, cun idioma, o español, como lingua universal (o segundo máis aprendido e falado no mundo), temos unha gran capacidade de adaptación, e finalmente engadía que somos un país fiable, xurídica e economicamente. Non fai falta que lles diga que cousas das que entón citaba hoxe non podería escribir con tanta seguridade.

Fronte a estes exemplos de orgullo, o panorama actual é preocupante e decepcionante en varios aspectos. A nefasta xestión da pandemia sitúanos á cola da cada día máis afastada recuperación, o que dana excesivamente a imaxe internacional da nosa Nación. Eramos o país que máis xubilados recibía do resto de Europa e o maior en número de Erasmus, é dicir de novos estudantes que cursaban aquí un ano dos seus estudos universitarios. Agora encabezamos a clasificación de caída de turistas e todo o sector vinculado a esa gran fonte de emprego e xerador de riqueza cambaléase sen horizonte claro pola falta de medidas e a perda de confianza en quen se atopa á fronte do Goberno.

Os escaparates dos comercios, grandes e pequenos, sempre foron unha maneira de anunciar e axudar a vender os seus produtos. España sempre tivo nos seus escaparates moitas das cousas arriba citadas e outras moitas que aquí non caben. A obrigación de calquera goberno é potenciar e defender eses valores para axudarnos a crecer como pobo e aumentar esa autoestima de españois cada día máis devaluada. O grave é que o noso Goberno actual parece máis preocupado en manterse no poder que en gobernar para todos.

Do noso escaparate queren retirar ao Rey e con iso o sistema constitucional da Monarquía Parlamentaria, eliminar os valores do respecto e a convivencia entre españois pensen como pensen e vivan onde vivan volvendo á errada clasificación de bos e malos, e tentan poñer en xaque á nosa xustiza atacando a súa independencia. En definitiva buscan romper ese escaparate para, eliminando ao Rey, enterrar despois o noso sistema autonómico e montar un novo escaparate que anuncie unha república confederal na que Pedro Sánchez lexitímese a se mesmo como o seu fundador. Unha aluaxe en toda regra contra o escaparate da Nación Española. Unha aluaxe onde os  aluniceros están agora sentados no Goberno.