Seguimos empeñados en tratar de ocultar el verdadero sentido de nuestras intenciones llamando a las cosas con palabras que disfrazan y ocultan la realidad. Ponemos música dulce a letras duras e hirientes.
En los últimos meses hemos escuchado reiteradamente una palabra que rara vez se había escuchado con anterioridad en España y que en nuestro diccionario encuentra poco eco, “escrache”.
El escrache tiene su origen en Argentina, durante los años más duros de la dictadura, cuando se producían concentraciones y manifestaciones ante los domicilios de ex altos cargos del régimen militar indultados por Menen pero considerados por el pueblo responsables de miles de desapariciones. Lo que en un principio comenzó siendo una protesta más o menos pacífica acabo convertida en acciones de acoso e intimidación.
Más de diez años después de aquel origen llega a España de la mano de la Plataforma de afectados por las hipotecas que, con diferentes modus operandi y distintos grados de intensidad, están llevando a cabo acciones de presión ante los domicilios de quienes hemos sido elegidos democráticamente como representantes legítimos del pueblo soberano.
Esa vulneración de los elementales principios democráticos, justificando su proceder, la analiza perfectamente el historiador Fernando Paz cuando dice que este tipo de fenómenos surgen siempre desde una supuesta superioridad moral y que quienes los practican se arrogan la representatividad del conjunto de la voluntad popular, y lo hacen por encima incluso de la legalidad vigente cuando consideran que ésta es injusta.
En nuestro caso, algo huele mal. Algo de manipulación tiene que haber, porque ante un problema que se suscita en plena “Champion ligue” zapateril del sistema bancario español, y que tuvo su apogeo en número entre los años 2009 y 2011, con mas de 80.000 desahucios al año, y cuando una de las ministras de vivienda, Carmen Chacón, aprobaba medidas para agilizar los desahucios creando 6 juzgados específicos a tal fin, ninguno de los que hoy acosan aparecían en escena.
A diario recibimos correos electrónicos y llamadas para mantener reuniones y encuentros con diferentes colectivos que nos trasladan sus problemas y que tratamos de atender. Por regla general estas reuniones las mantenemos en nuestras sedes políticas o en sus domicilios sociales. Nunca hasta ahora las peticiones se habían planteado en forma de acoso, colgando nuestros nombres y fotos en la red, pegándolos en carteles en lugares públicos o acudiendo a nuestros domicilios para tratar de intimidar a propios y extraños.
Bajo este tipo de presiones, por llamarlas de forma suave, ningún representante de sus vecinos y del conjunto de los españoles puede corregir el sentido de su voto, porque haciendo ruido solo se consigue que nadie se escuche y nadie se entienda.
En nuestro diccionario el verbo escrachar tiene tres definiciones: romper, destruir y aplastar. Palabras claras que no ocultan detrás de ellas vagos significados. Dejemos los eufemismos y llamemos a las cosas por su nombre.
Chamalo polo seu nome
Seguimos empeñados en tratar de ocultar o verdadeiro sentido das nosas intencións chamando ás cousas con palabras que disfrazan e ocultan a realidade. Poñemos música doce a letras duras e hirientes.
Nos últimos meses escoitamos reiteradamente unha palabra que de cando en cando se escoitou con anterioridad en España e que no noso dicionario atopa pouco eco, “escrache”.
O escrache ten a súa orixe en Arxentina, durante os anos máis duros da ditadura, cando se producían concentracións e manifestacións ante os domicilios de ex altos cargos do réxime militar indultados por Menen pero considerados polo pobo responsables de miles de desaparicións. O que nun principio comezou sendo unha protesta máis ou menos pacífica acabo convertida en accións de acoso e intimidación.
Máis de dez anos logo daquela orixe chega a España da man da Plataforma de afectados polas hipotecas que, con diferentes modus operandi e distintos grados de intensidade, están levando a cabo acciones de presión ante os domicilios de quen fomos elixidos democráticamente como representantes lexítimos do poboo soberano.
Esa vulneración dos elementais principios democráticos, xustificando o seu proceder, analízaa perfectamente o historiador Fernando Paz cando di que este tipo de fenómenos xorden sempre desde unha suposta superioridade moral e que quen os practican se arrogan a representatividad do conxunto da vontade popular, e fano por encima ata da legalidad vigente cando consideran que esta é inxusta.
No noso caso, algo cheira mal. Algo de manipulación ten que haber, porque ante un problema que se suscita en plena “Champion ligue” zapateril do sistema bancario español, e que tivo o seu apoxeo en número entre os anos 2009 e 2011, con mais de 80.000 desahucios ao ano, e cando unha das ministras de vivenda, Carmen Chacón, aprobaba medidas para agilizar os desahucios creando 6 xulgados específicos a tal fin, ningún dos que hoxe acosan aparecían en escena.
A diario recibimos correos electrónicos e chamadas para manter reunións e encontros con diferentes colectivos que nos trasladan os seus problemas e que tratamos de atender. Por regra xeral estas reunións mantémolas nas nosas sedes políticas ou nos seus domicilios sociais. Nunca ata agora as peticións suscitáronse en forma de acoso, colgando os nosos nomes e fotos na rede, pegándoos en carteis en lugares públicos ou acudindo aos nosos domicilios para tratar de intimidar a propios e estranos.