Nos pasamos la vida preocupados por cuestiones materiales que la sociedad parece empeñada en imponernos como metas y que cuando alcanzamos dejan de tener valor llenándonos de insatisfacción.
Desde pequeños aprendemos a competir en clase, en los juegos, en el deporte. Pronto asociamos victorias a premios y éstos a su valor comercial. En algunos hogares se incentiva el cumplimiento y la obediencia en términos de regalos o compensaciones que poco tiene que ver con el reconocimiento moral, el inculcado de determinados valores o los estímulos para mejorar o para realizar sacrificios y esfuerzos personales. Todo se arregla con concesiones al capricho de turno o de moda.
De esta manera muchos jóvenes han crecido y llegado a adultos en una sociedad materialista y consumista, donde algunos padres quisieron darle a sus hijos todo lo que éstos pedían por el mero hecho de que ellos no lo tuvieron en su momento y como señal de haber alcanzado determinado estatus económico y social.
Estamos acostumbrados a darle mucha importancia a esos signos externos que de manera automática actúan como carta de presentación. En muchas empresas se identifica la valía o la responsabilidad en un puesto de trabajo no solamente con el nivel salarial sino con los símbolos que ello conlleva; modelo de vehículo, marca de ropa, etcétera.
En este ambiente es fácil definir un estereotipo de triunfador basado en ambiciones sin reparos con tal de alcanzar ese perfil que la sociedad en general ha moldeado para etiquetar a quienes lo alcanzan.
Por el camino muchos dejarán familias rotas por falta de convivencia, por no dedicar el tiempo necesario a la pareja o a los hijos, por priorizar de manera errónea anteponiendo los viajes de trabajo cada vez más largos, las jornadas interminables en la oficina o las cenas de trabajo, a pasar más tiempo con quienes tiempo atrás decidieron voluntariamente formar una familia.
En esos caminos solamente los sobresaltos propiciarán momentos de reflexión para replantearse el cambio de rumbo y prioridades, o la insistencia en mantenerla y no enmendarla, amparándose en que esos avisos “no son para tanto”.
Pero en otras ocasiones los avisos serán relacionados con la salud, muchas veces graves, y entonces muchos sí que decidirán replantearse sus modelos de vida y sus estrategias profesionales y personales.
Quienes hayan tenido la fortuna de haber tenido hijos y de haber construido un hogar con estabilidad emocional y buena convivencia estarán entre los seres privilegiados que sin estar exentos de problemas cotidianos de mayor o menor envergadura, confiarán en la fuerza de los sentimientos y de los valores que sustentan toda relación.
Si además la vida nos obsequia con la posibilidad de conocer y ayudar a los hijos de nuestros hijos, tendremos un argumento todavía más poderoso para poder valorar lo que realmente debe importarnos en nuestras vidas.
Por eso me siento privilegiado y afortunado, por haber recibido ese enorme obsequio de la vida que no tiene etiquetas sociales ni materiales. Por tener lo que de verdad importa.
Desde pequenos aprendemos a competir en clase, nos xogos, no deporte. Pronto asociamos vitorias a premios e estes a o seu valor comercial. Nalgúns fogares incentívase o cumprimento e a obediencia en termos de agasallos ou compensacións que pouco ten que ver co recoñecemento moral, o inculcado de determinados valores ou os estímulos para mellorar ou para realizar sacrificios e esforzos persoais. Todo se arranxa con concesións ao capricho de quenda ou de moda.
Desta maneira moitos mozos creceron e chegaron a adultos nunha sociedade materialista e consumista, onde algúns pais quixeron darlle aos seus fillos todo o que estes pedían polo mero feito de que eles non o tiveron no seu momento e como sinal de alcanzar determinado status económico e social.
Estamos afeitos darlle moita importancia a eses signos externos que de maneira automática actúan como carta de presentación. En moitas empresas identifícase a valía ou a responsabilidade nun posto de traballo non soamente co nivel salarial senón cos símbolos que iso leva; modelo de vehículo, marca de roupa, etcétera.
Neste ambiente é fácil definir un estereotipo de triunfador baseado en ambicións sen reparos con tal de alcanzar ese perfil que a sociedade en xeral moldeou para etiquetar a quen o alcanza.
Polo camiño moitos deixarán familias rotas por falta de convivencia, por non dedicar o tempo necesario á parella ou aos fillos, por priorizar de maneira errónea antepoñendo as viaxes de traballo cada vez máis longos, as xornadas interminables na oficina ou as ceas de traballo, a pasar máis tempo con quen tempo atrás decidiron voluntariamente formar unha familia.
Neses camiños soamente os sobresaltos propiciarán momentos de reflexión para reformularse o cambio de rumbo e prioridades, ou a insistencia en mantela e non emendala, amparándose en que eses avisos “non son para tanto”.
Pero noutras ocasións os avisos serán relacionados coa saúde, moitas veces graves, e entón moitos si que decidirán reformularse os seus modelos de vida e as súas estratexias profesionais e persoais.
Quen tivese a fortuna de ter fillos e de construír un fogar con estabilidade emocional e boa convivencia estarán entre os seres privilexiados que sen estar exentos de problemas cotiáns de maior ou menor envergadura, confiarán na forza dos sentimentos e dos valores que sustentan toda relación.
Se ademais a vida obséquianos coa posibilidade de coñecer e axudar aos fillos dos nosos fillos, teremos un argumento aínda máis poderoso para poder valorar o que realmente debe importarnos nas nosas vidas.
Por iso síntome privilexiado e afortunado, por recibir ese enorme obsequio da vida que non ten etiquetas sociais nin materiais. Por ter o que de verdade importa.
Desde pequeños aprendemos a competir en clase, en los juegos, en el deporte. Pronto asociamos victorias a premios y éstos a su valor comercial. En algunos hogares se incentiva el cumplimiento y la obediencia en términos de regalos o compensaciones que poco tiene que ver con el reconocimiento moral, el inculcado de determinados valores o los estímulos para mejorar o para realizar sacrificios y esfuerzos personales. Todo se arregla con concesiones al capricho de turno o de moda.
De esta manera muchos jóvenes han crecido y llegado a adultos en una sociedad materialista y consumista, donde algunos padres quisieron darle a sus hijos todo lo que éstos pedían por el mero hecho de que ellos no lo tuvieron en su momento y como señal de haber alcanzado determinado estatus económico y social.
Estamos acostumbrados a darle mucha importancia a esos signos externos que de manera automática actúan como carta de presentación. En muchas empresas se identifica la valía o la responsabilidad en un puesto de trabajo no solamente con el nivel salarial sino con los símbolos que ello conlleva; modelo de vehículo, marca de ropa, etcétera.
En este ambiente es fácil definir un estereotipo de triunfador basado en ambiciones sin reparos con tal de alcanzar ese perfil que la sociedad en general ha moldeado para etiquetar a quienes lo alcanzan.
Por el camino muchos dejarán familias rotas por falta de convivencia, por no dedicar el tiempo necesario a la pareja o a los hijos, por priorizar de manera errónea anteponiendo los viajes de trabajo cada vez más largos, las jornadas interminables en la oficina o las cenas de trabajo, a pasar más tiempo con quienes tiempo atrás decidieron voluntariamente formar una familia.
En esos caminos solamente los sobresaltos propiciarán momentos de reflexión para replantearse el cambio de rumbo y prioridades, o la insistencia en mantenerla y no enmendarla, amparándose en que esos avisos “no son para tanto”.
Pero en otras ocasiones los avisos serán relacionados con la salud, muchas veces graves, y entonces muchos sí que decidirán replantearse sus modelos de vida y sus estrategias profesionales y personales.
Quienes hayan tenido la fortuna de haber tenido hijos y de haber construido un hogar con estabilidad emocional y buena convivencia estarán entre los seres privilegiados que sin estar exentos de problemas cotidianos de mayor o menor envergadura, confiarán en la fuerza de los sentimientos y de los valores que sustentan toda relación.
Si además la vida nos obsequia con la posibilidad de conocer y ayudar a los hijos de nuestros hijos, tendremos un argumento todavía más poderoso para poder valorar lo que realmente debe importarnos en nuestras vidas.
Por eso me siento privilegiado y afortunado, por haber recibido ese enorme obsequio de la vida que no tiene etiquetas sociales ni materiales. Por tener lo que de verdad importa.
O que de verdade importa
Pasámonos a vida preocupados por cuestións materiais que a sociedade parece empeñada en impoñernos como metas e que cando alcanzamos deixan de ter valor enchéndonos de insatisfacción.Desde pequenos aprendemos a competir en clase, nos xogos, no deporte. Pronto asociamos vitorias a premios e estes a o seu valor comercial. Nalgúns fogares incentívase o cumprimento e a obediencia en termos de agasallos ou compensacións que pouco ten que ver co recoñecemento moral, o inculcado de determinados valores ou os estímulos para mellorar ou para realizar sacrificios e esforzos persoais. Todo se arranxa con concesións ao capricho de quenda ou de moda.
Desta maneira moitos mozos creceron e chegaron a adultos nunha sociedade materialista e consumista, onde algúns pais quixeron darlle aos seus fillos todo o que estes pedían polo mero feito de que eles non o tiveron no seu momento e como sinal de alcanzar determinado status económico e social.
Estamos afeitos darlle moita importancia a eses signos externos que de maneira automática actúan como carta de presentación. En moitas empresas identifícase a valía ou a responsabilidade nun posto de traballo non soamente co nivel salarial senón cos símbolos que iso leva; modelo de vehículo, marca de roupa, etcétera.
Neste ambiente é fácil definir un estereotipo de triunfador baseado en ambicións sen reparos con tal de alcanzar ese perfil que a sociedade en xeral moldeou para etiquetar a quen o alcanza.
Polo camiño moitos deixarán familias rotas por falta de convivencia, por non dedicar o tempo necesario á parella ou aos fillos, por priorizar de maneira errónea antepoñendo as viaxes de traballo cada vez máis longos, as xornadas interminables na oficina ou as ceas de traballo, a pasar máis tempo con quen tempo atrás decidiron voluntariamente formar unha familia.
Neses camiños soamente os sobresaltos propiciarán momentos de reflexión para reformularse o cambio de rumbo e prioridades, ou a insistencia en mantela e non emendala, amparándose en que eses avisos “non son para tanto”.
Pero noutras ocasións os avisos serán relacionados coa saúde, moitas veces graves, e entón moitos si que decidirán reformularse os seus modelos de vida e as súas estratexias profesionais e persoais.
Quen tivese a fortuna de ter fillos e de construír un fogar con estabilidade emocional e boa convivencia estarán entre os seres privilexiados que sen estar exentos de problemas cotiáns de maior ou menor envergadura, confiarán na forza dos sentimentos e dos valores que sustentan toda relación.
Se ademais a vida obséquianos coa posibilidade de coñecer e axudar aos fillos dos nosos fillos, teremos un argumento aínda máis poderoso para poder valorar o que realmente debe importarnos nas nosas vidas.
Por iso síntome privilexiado e afortunado, por recibir ese enorme obsequio da vida que non ten etiquetas sociais nin materiais. Por ter o que de verdade importa.