miércoles, 19 de marzo de 2025

Tambores de guerra

Desde los comienzos de la humanidad las guerras han sido una constante en las diferentes civilizaciones. Desde las hachas de piedra hasta los actuales conflictos con tecnología punta, en todos estos siglos la violencia organizada ha estado presente.

Sus orígenes son muy diversos, pero casi siempre la lucha por el poder ha sido el denominador común, y sus efectos, además del sufrimiento de la población civil, han supuesto crisis económicas y destrucción masiva de poblaciones.

Además, se provocan desplazamientos masivos que van más allá de un país o continente, crisis y traumas que pasan de unas a otras generaciones, sin olvidarnos de los largos periodos de tiempo que se tarda en reconstruir los territorios devastados por los conflictos armados ni otras consecuencias como dar paso a mayor polarización política y nuevos conflictos de esas zonas en el futuro. Recordemos que, al finalizar la Primera Guerra Mundial, conocida como “la guerra que acabaría con todas las guerras”, se firmó el conocido como Tratado de Versalles para garantizar la paz, pero que sembró las semillas de un nazismo, en la Alemania humillada, que nos trajo la Segunda Guerra Mundial. En su momento pareció que se daban puntos inflexión para darnos mayor estabilidad, con la creación de la ONU o la Unión Europea, pero la paz nunca ha estado garantizada.

A estas circunstancias debemos añadir el problema de la memoria histórica, el hecho de que a pesar de las advertencias que nos manda la Historia, sigamos cayendo en los mismos o parecidos errores. Las generaciones que tuvimos la fortuna de no vivir las guerras solemos pensar en ellas como fenómenos lejanos o irreales y cuando las lecciones del pasado quedan diluidas en la memoria colectiva de los pueblos, los errores tienden a repetirse irremediablemente.

Europa, hoy por hoy, se ve claramente amenazada con el resurgimiento de la guerra dentro de su territorio, y llama la atención que en muchos de los países que conforman este continente, exista una mayor preocupación por los asuntos domésticos que por esta amenaza bélica tan real, un escenario donde los desafíos geopolíticos atraviesan un momento crítico.

Nuestros adversarios, conocedores de esta realidad y por ende de la debilidad interna, han sabido utilizar otro tipo de armas tan peligrosas como los misiles: la manipulación informativa, la división social o los ciberataques, evidenciando que en muchas de las democracias de occidente no estamos tan preparados como pensamos para hacer frente a este tipo de guerra hibrida.

Si en estas sociedades occidentales no superamos nuestros conflictos internos y ponemos el foco en las amenazas reales que vienen del exterior corremos un serio riesgo de fragmentación y con ello de hacernos todavía más vulnerables. También aquí la historia vuelve a repetirse, muchas de las grandes civilizaciones no solo han caído por las guerras, sino también por sus decadencias internas.

Europa esta en pleno proceso de rearmarse ante las nuevas amenazas, los tambores de guerra resuenan cada vez mas fuerte. No olvidemos las lecciones de la historia para no cometer los mismos errores del pasado. 

Tambores de guerra

Desde os comezos da humanidade as guerras foron unha constante nas diferentes civilizacións. Desde as machadas de pedra ata os actuais conflitos con tecnoloxía punta, en todos estes séculos a violencia organizada ha estado presente.

As súas orixes son moi diversos, pero case sempre a loita polo poder foi o denominador común, e os seus efectos, ademais do sufrimento da poboación civil, supuxeron crises económicas e destrución masiva de poboacións.

Ademais, provócanse desprazamentos masivos que van máis aló dun país ou continente, crise e traumas que pasan dunhas a outras xeracións, sen esquecernos dos longos períodos de tempo que se tarda en reconstruír os territorios devastados polos conflitos armados nin outras consecuencias como dar paso a maior polarización política e novos conflitos desas zonas no futuro. Lembremos que, ao finalizar a Primeira Guerra Mundial, coñecida como “a guerra que acabaría con todas as guerras”, asinouse o coñecido como Tratado de Versalles para garantir a paz, pero que sementou as sementes dun nazismo, na Alemaña humillada, que nos trouxo a Segunda Guerra Mundial. No seu momento pareceu que se daban puntos inflexión para darnos maior estabilidade, coa creación da ONU ou a Unión Europea, pero a paz nunca estivo garantida.

A estas circunstancias debemos engadir o problema da memoria histórica, o feito de que a pesar das advertencias que nos manda a Historia, sigamos caendo nos mesmos ou parecidos erros. As xeracións que tivemos a fortuna de non vivir as guerras adoitamos pensar nelas como fenómenos afastados ou irreais e cando as leccións do pasado quedan diluídas na memoria colectiva dos pobos, os erros tenden a repetirse irremediablemente.

Europa, neste momento, vese claramente ameazada co rexurdimento da guerra dentro do seu territorio, e chama a atención que en moitos dos países que conforman este continente, exista unha maior preocupación polos asuntos domésticos que por esta ameaza bélica tan real, un escenario onde os desafíos xeopolíticos atravesan un momento crítico.

Os nosos adversarios, coñecedores desta realidade e polo tanto da debilidade interna, souberon utilizar outro tipo de armas tan perigosas como os mísiles: a manipulación informativa, a división social ou os ciberataques, evidenciando que en moitas das democracias de occidente non estamos tan preparados como pensamos para facer fronte a este tipo de guerra hibrida.

Se nestas sociedades occidentais non superamos os nosos conflitos internos e poñemos o foco nas ameazas reais que veñen do exterior corremos un serio risco de fragmentación e con iso de facernos aínda máis vulnerables. Tamén aquí a historia volve repetirse, moitas das grandes civilizacións non só caeron polas guerras, senón tamén polas súas decadencias internas.

Europa esta en pleno proceso de rearmarse #ante as novas ameazas, os tambores de guerra ecoan cada vez mais forte. Non esquezamos as leccións da historia para non cometer os mesmos erros do pasado.


martes, 4 de marzo de 2025

Servidores públicos

Cuando la degradación de la política se refleja a diario en decenas de noticias que se hacen eco de personas que utilizan su cargo para servirse y aprovecharse particularmente, es necesario una vez más, reflexionar en voz alta sobre el sacrificio y la entrega de muchas personas que con autentica vocación de servicio lo dan todo por mejorarle  la vida a los demás. Es la verdadera razón de los servidores públicos.

Se ha instalado en el imaginario colectivo la idea de que los políticos viven a costa de los demás, sin esfuerzo ni sacrificio y gozando de grandes privilegios, cuando la realidad es que muchos de ellos, la mayoría, realizan su trabajo en jornadas interminables, asumen enormes responsabilidades y renuncian a su vida personal y profesional para poder con gran desgaste servir a su comunidad. Como Paula.

Para empezar a cambiar esta situación no basta con la denuncia de la corrupción y de los que la practican, también es necesario aprender a valorar y respetar a quienes ejercen su labor diaria con honestidad. De no hacerlo estaremos expulsando de la política a los mejores, a los verdaderos servidores públicos, al tiempo que les dejaremos camino libre a los oportunistas.

Si queremos evitar que el reconocimiento llegue sólo cuando es demasiado tarde deberíamos esforzarnos en encontrar formas de valorar a quienes realmente se esfuerzan por servir a sus vecinos. Formas como la de no asumir que todos los políticos son iguales, no limitar el reconocimiento o rechazo al voto cada cuatro años, dar mas espacio informativo a los que trabajan con honestidad frente a los corruptos, no buscar solo los fallos, o del mismo modo que reconocemos los méritos en otras profesiones, procurar manifestar con frecuencia nuestro apoyo a los buenos gestores, ya sea en redes sociales, participando en actos públicos o simplemente reconociéndoselo de manera directa.

Un simple gesto de reconocimiento, un mensaje de apoyo o una muestra de respeto pueden ser suficiente para quienes trabajan por el bien común.

El servicio público debe ser una vocación que conlleva muchas renuncias personales y un gran compromiso con los ciudadanos. Las virtudes de un buen servidor público van más allá de su preparación técnica o la eficiencia en la gestión. Algunas de esas cualidades son la honestidad, la vocación de servicio, la empatía y cercanía con sus vecinos, asumir su responsabilidad con seriedad, sin excusas ni evasivas, la capacidad de liderazgo y saber trabajar en equipo, la humildad y la capacidad de autocrítica, la perseverancia y valentía a la hora de tomar decisiones difíciles, o la visión de futuro son solo algunas de esas necesarias virtudes.

Cuando me llegó la noticia del fallecimiento de nuestra alcaldesa Paula Alvarellos, transcurridos los primeros momentos de conmoción por lo inesperado y trágico desenlace, empecé a pensar en lo que acabo de escribir, en las virtudes inherentes a un buen servidor público.

Paula supo ganarse en poco tiempo el respeto y cariño de muchos lucenses, por su capacidad de dialogo, de buscar  el entendimiento y no hacer de la confrontación la bandera de su gestión.

Lamentar su muerte no es suficiente. Poner en valor sus cualidades tampoco. Como vecinos y ciudadanos aprendamos a ser más generosos, a tiempo, con quienes tratan de mejorar nuestras vidas a costa de perjudicar, o perder, las suyas.

Servidores públicos

Cando a degradación da política reflíctese a diario en decenas de noticias que se fan eco de persoas que utilizan o seu cargo para servirse e aproveitarse particularmente, é necesario unha vez máis, reflexionar en voz alta sobre o sacrificio e a entrega de moitas persoas que con autentica vocación de servizo dano todo por mellorarlle  a vida aos demais. É a verdadeira razón dos servidores públicos.

Instalouse no maxinario colectivo a idea de que os políticos viven á conta dos demais, sen esforzo nin sacrificio e gozando de grandes privilexios, cando a realidade é que moitos deles, a maioría, realizan o seu traballo en xornadas interminables, asumen enormes responsabilidades e renuncian á súa vida persoal e profesional para poder con gran desgaste servir á súa comunidade. Como Paula.

Para empezar a cambiar esta situación non basta coa denuncia da corrupción e dos que a practican, tamén é necesario aprender a valorar e respectar a quen exerce o seu labor diario con honestidade. De non facelo estaremos a expulsar da política aos mellores, aos verdadeiros servidores públicos, á vez que lles deixaremos camiño libre aos oportunistas.

Se queremos evitar que o recoñecemento chegue só cando é demasiado tarde deberiamos esforzarnos en atopar formas de valorar a quen realmente se esforzan por servir aos seus veciños. Formas como a de non asumir que todos os políticos son iguais, non limitar o recoñecemento ou rexeitamento ao voto cada catro anos, dar mais espazo informativo aos que traballan con honestidade fronte aos corruptos, non buscar só os fallos, ou do mesmo xeito que recoñecemos os méritos noutras profesións, procurar manifestar con frecuencia o noso apoio aos bos xestores, xa sexa en redes sociais, participando en actos públicos ou simplemente recoñecéndollo de maneira directa.

Un simple xesto de recoñecemento, unha mensaxe de apoio ou unha mostra de respecto poden ser suficiente para quen traballa polo ben común.

O servizo público debe ser unha vocación que conleva moitas renuncias persoais e un gran compromiso cos cidadáns. As virtudes dun bo servidor público van máis aló da súa preparación técnica ou a eficiencia na xestión. Algunhas desas calidades son a honestidade, a vocación de servizo, a empatía e proximidade cos seus veciños, asumir a súa responsabilidade con seriedade, sen escusas nin evasivas, a capacidade de liderado e saber traballar en equipo, a humildade e a capacidade de autocrítica, a perseveranza e valentía á hora de tomar decisións difíciles, ou a visión de futuro son só algunhas desas necesarias virtudes.

Cando me chegou a noticia do falecemento da nosa alcaldesa Paula Alvarellos, transcorridos os primeiros momentos de conmoción polo inesperado e tráxico desenlace, empecei a pensar no que acabo de escribir, nas virtudes inherentes a un bo servidor público.

Paula soubo gañarse en pouco tempo o respecto e agarimo de moitos lucenses, pola súa capacidade de dialogo, de buscar  o entendemento e non facer da confrontación a bandeira da súa xestión.

Lamentar a súa morte non é suficiente. Poñer en valor as súas calidades tampouco. Como veciños e cidadáns aprendamos a ser máis xenerosos, a tempo, con quen trata de mellorar as nosas vidas á conta de prexudicar, ou perder, as súas.