miércoles, 17 de septiembre de 2025

Perspectivas

Una de las definiciones que podemos encontrar en el diccionario para la palabra que da título a este artículo dice así: «visión, considerada en principio más ajustada a la realidad, que viene favorecida por la observación ya distante, espacial o temporalmente, de cualquier hecho o fenómeno».

Pues bien, cuando uno acaba de cumplir un año más y la suma lo sitúa dentro de un considerable número de décadas a las espaldas, la observación distante de lo acontecido hace unos años, provoca una visión que sin duda permite analizar los cambios en la vida y la manera en que actuamos ante las mismas circunstancias, pero a distintas edades. Veamos algunas de ellas.

Cuando miramos al futuro, a los 20 años sentimos cierto vértigo, emociones y ansiedad, mientras que yo ahora casi no temo lo desconocido, y si lo hago es más más por los míos que por mí mismo. 

En las cuestiones de la salud, con 20 años nos parecía que nuestro cuerpo era invencible y los excesos o malos hábitos se asumían sin miedo a las consecuencias, mientras que ahora nos preocupa cada molestia y procuramos cuidar nuestro cuerpo, que sea una prioridad. Damos más valor a lo que en la juventud nos parecía accesorio.

En lo referente a las relaciones con amigos y familiares, a los 20 años buscamos nuevas conexiones, amigos para compartir nuestras aficiones, mientras que la familia parece algo lejano o incluso un freno. A mi edad las relaciones son valoradas por su estabilidad, por el tiempo con hijos y nietos, todo es más profundo.

A los 20 años se vive al día, posponiendo decisiones sin presión por el futuro que nos pudiera aguardar, el tiempo de vida parece infinito. Tenemos prisa por llegar sin tener muy claro a dónde, porque creemos que el tiempo sobra. Cuando se llega a mi década el tiempo falta, es un recurso muy valioso, y toda decisión es tomada de manera reflexiva, dándole mucho aprecio a lo simple, al detalle. En realidad, el tiempo nunca sobró ni faltó, simplemente fue el que había.

Como veinteañeros conducir mi primer coche, aquel Diane 6 de segunda mano, se veía como una herramienta de libertad, de independencia. Conducía más deprisa, y con poca conciencia del riesgo. Ahora mi conducción evita las horas y días conflictivos en la carretera, los reflejos cambian y además de reducir la velocidad impera la cautela.

El tiempo no solamente pasa, nos pasa a todos, y con él nos cambia el ángulo desde el que miramos la vida, la perspectiva. A los 70 años lo pequeño gana peso, se vive más el presente y la memoria… noto cómo el tiempo lima aristas, miro con más ternura situaciones que hace años sólo me producían impaciencia. Cuando eres joven la vida es blanco o negro, mientras que hoy percibo más gamas de grises, lo que sin duda enriquece el cuadro de la vida.

Mi edad no es mejor que la de un joven, como también fui, no se trata de eso, sino que cada tiempo, cada edad nos permite un punto de vista distinto, como cuando observamos un mismo paisaje a diferentes horas del día. La vista es la misma, pero la mirada no es igual al amanecer o al atardecer.

La misma conversación, la misma carretera o el mismo vino saben distinto según la edad en que se tomen. La vida no cambia tanto de contenido como de perspectiva.

Perspectivas

Unha das definicións que podemos atopar no dicionario para a palabra que dá título a este artigo di así: «visión, considerada en principio máis axustada á realidade, que vén favorecida pola observación xa distante, espacial ou temporalmente, de calquera feito ou fenómeno».

Pois ben, cando un acaba de cumprir un ano máis e a suma sitúao dentro dun considerable número de décadas ás costas, a observación distante do acontecido hai uns anos, provoca unha visión que sen dúbida permite analizar os cambios na vida e a maneira en que actuamos #ante as mesmas circunstancias, pero a distintas idades. Vexamos algunhas delas.

Cando miramos ao futuro, aos 20 anos sentimos certa vertixe, emocións e ansiedade, mentres que eu agora case non temo o descoñecido, e se o fago é máis máis polos meus que por min mesmo. 

Nas cuestións da saúde, con 20 anos parecíanos que o noso corpo era invencible e os excesos ou malos hábitos asumíanse sen medo ás consecuencias, mentres que agora preocúpanos cada molestia e procuramos coidar o noso corpo, que sexa unha prioridade. Damos máis valor ao que na mocidade parecíanos accesorio.

No referente ás relacións con amigos e familiares, aos 20 anos buscamos novas conexións, amigos para compartir as nosas afeccións, mentres que a familia parece algo afastado ou mesmo un freo. Á miña idade as relacións son valoradas pola súa estabilidade, polo tempo con fillos e netos, todo é máis profundo.

Aos 20 anos vívese ao día, pospoñendo decisións sen presión polo futuro que nos puidese agardar, o tempo de vida parece infinito. Temos présa por chegar sen ter moi claro onde, porque cremos que o tempo sobra. Cando se chega á miña década o tempo falta, é un recurso moi valioso, e toda decisión é tomada de maneira reflexiva, dándolle moito aprecio ao simple, ao detalle. En realidade, o tempo nunca sobrou nin faltou, simplemente foi o que había.

Como veinteañeros conducir o meu primeiro coche, aquel Diane 6 de segunda man, víase como unha ferramenta de liberdade, de independencia. Conducía máis rápido, e con pouca conciencia do risco. Agora a miña condución evita as horas e días conflitivos na estrada, os reflexos cambian e ademais de reducir a velocidade impera a cautela.

O tempo non soamente pasa, pásanos a todos, e con el cámbianos o ángulo desde o que miramos a vida, a perspectiva. Aos 70 anos o pequeno gaña peso, vívese máis o presente e a memoria… noto como o tempo lima arestas, miro con máis tenrura situacións que hai anos só me producían impaciencia. Cando es novo a vida é branco ou negro, mentres que hoxe percibo máis gamas de grises, o que sen dúbida enriquece o cadro da vida.

A miña idade non é mellor que a dun mozo, como tamén fun, non se trata diso, senón que cada tempo, cada idade permítenos un punto de vista distinto, como cando observamos un mesmo paisaxe a diferentes horas do día. A vista é a mesma, pero a mirada non é igual ao amencer ou á tardiña.

A mesma conversación, a mesma estrada ou o mesmo veu saben distinto segundo a idade en que se tomen. A vida non cambia tanto de contido como de perspectiva.


miércoles, 3 de septiembre de 2025

Rostros

El verano suele ser la época del año en la que, por lo general, los medios de comunicación dedican más espacios a mostrarnos cómo pasan este tiempo las celebridades en bañador, los éxitos y fichajes de los deportistas, o a los influencers contándonos como transcurren sus vacaciones. Los rostros que son o aparentan ser la cara de la despreocupación, el lujo o la felicidad. Son rostros que merecerán atención mediática durante años.

En contraposición o contraste también vimos, quizás sin tanta cobertura, otros rostros, los de las tragedias. Estos no ocupan espacios especiales por más de unos días, olvidándose rápidamente, mientras los de la fama son objeto de una atención continuada.

Uno de esos rostros que desapareció pronto de portadas y reportajes pero que todavía tengo grabado en mi retina y en mi memoria ha sido el de Jaime, un vecino de San Vicente de Leira (Villamartín de Valdeorras), uno de esos pueblos abandonados que en estas últimas semanas han sido devorados por unas llamas inmisericordes y devastadoras. 

Jaime tiene 75 años y toda su vida, su esencia, estaban en su casa quemada. Lo ha perdido todo, no sólo lo material sino sus recuerdos, sus raíces, todo por lo que tanto tuvo que trabajar duro a lo largo de su vida. Por eso me ha impactado su rostro lloroso, inconsolable, que transmitía un cóctel de sentimientos difícilmente separables. Vi en esas imágenes de su cara desesperanza, rabia, tristeza, tal vez algo más que una resistencia callada. Es sólo un ejemplo de otros muchos rostros rotos por los efectos de los incendios de estos últimos días de agosto.

El otro rostro que me impactó y que me temo correrá una suerte parecida en el olvido de todos lo protagonizaba la foto de un niño desnutrido, Fadi. Con 6 años y fibrosis quística, aparece retratado en un hospital de Gaza mostrando una dramática pérdida de peso y vitalidad, un ejemplo más de la gravedad de la hambruna médica en esas latitudes. Un ejemplo más de los innumerables casos de niños en condiciones devastadoras en una crisis humanitaria sin precedentes recientes.

Rostros en ambos casos, nuestro paisano y el del niño, que nos recuerdan una humanidad rota por tragedias de usar y tirar.

Me pregunto y reflexiono sobre por qué la imagen de un rostro de sufrimiento puede volverse viral y pasar a olvidarse con tanta rapidez. ¿Por qué no ocurre lo mismo con los rostros de la fama que parecen tener una visibilidad muy duradera a pesar de que sus historias son intrascendentes? Es posible que nuestros cerebros tiendan a desconectar de las imágenes de sufrimiento por sobrecarga informativa o por otras razones, y espero que no sea por falta de empatía.

Como sociedad debemos esforzarnos en mantener la mirada en esos rostros y evitar que desaparezcan en el anonimato porque detrás de cada uno de ellos hay una historia relevante que debe conocerse y no olvidarse sin antes hacer algo al respecto, y en ello los medios de comunicación también tienen mucho que hacer.


Rostros

O verán adoita ser a época do ano na que, polo xeral, os medios de comunicación dedican máis espazos a mostrarnos como pasan este tempo as celebridades en bañador, os éxitos e fichaxes dos deportistas, ou aos influencers contándonos como transcorren as súas vacacións. Os rostros que son ou aparentan ser a cara da despreocupación, o luxo ou a felicidade. Son rostros que merecerán atención mediática durante anos.

En contraposición ou contraste tamén vimos, quizais sen tanta cobertura, outros rostros, os das traxedias. Estes non ocupan espazos especiais por máis duns días, esquecéndose rapidamente, mentres os da fama son obxecto dunha atención continuada.

Un deses rostros que desapareceu pronto de portadas e reportaxes pero que aínda teño gravado na miña retina e na miña memoria foi o de Jaime, un veciño de San Vicente de Leira (Villamartín de Valdeorras), un deses pobos abandonados que nestas últimas semanas foron devorados por unhas chamas inmisericordes e devastadoras. 

Jaime ten 75 anos e toda a súa vida, a súa esencia, estaban na súa casa queimada. Perdeuno todo, non só o material senón os seus recordos, as súas raíces, todo polo que tanto tivo que traballar duro ao longo da súa vida. Por iso impactoume o seu rostro lloroso, inconsolable, que transmitía un cóctel de sentimentos dificilmente separables. Vin nesas imaxes da súa cara desesperanza, rabia, tristeza, talvez algo máis que unha resistencia calada. É só un exemplo doutros moitos rostros rotos polos efectos dos incendios destes últimos días de agosto.

O outro rostro que me impactou e que me temo correrá unha sorte parecida no esquecemento de todos protagonizábao a foto dun neno desnutrido, Fadi. Con 6 anos e fibroses quística, aparece retratado nun hospital de Gaza mostrando unha dramática perda de peso e vitalidade, un exemplo máis da gravidade da fame negra médica nesas latitudes. Un exemplo máis dos innumerables casos de nenos en condicións devastadoras nunha crise humanitaria sen precedentes recentes.

Rostros en ambos os casos, o noso paisano e o do neno, que nos lembran unha humanidade rota por traxedias de usar e tirar.

Pregúntome e reflexiono sobre por que a imaxe dun rostro de sufrimento pode volverse viral e pasar a esquecerse con tanta rapidez. Por que non ocorre o mesmo cos rostros da fama que parecen ter unha visibilidade moi duradeira a pesar de que as súas historias son intranscendentes? É posible que os nosos cerebros tendan a desconectar das imaxes de sufrimento por sobrecarga informativa ou por outras razóns, e espero que non sexa por falta de empatía.

Como sociedade debemos esforzarnos en manter a mirada neses rostros e evitar que desaparezan no anonimato porque detrás de cada un deles hai unha historia relevante que debe coñecerse e non esquecerse sen antes facer algo respecto diso, e niso os medios de comunicación tamén teñen moito que facer.