miércoles, 29 de octubre de 2025

Muros y Ríos

Desde el inicio de la legislatura, el presidente Sánchez repite que su propósito ha sido y es levantar un “muro” frente a la derecha que ganó las elecciones. La expresión, más allá de su eficacia electoral, simboliza una forma de entender la política: dividir el país en dos mitades, a ser posible irreconciliables, convertir al adversario en enemigo y el diálogo en algo sospechoso. Los muros se levantan con ladrillos de miedo y con cemento de resentimiento, protegen a quienes los construyen, pero condenan a todos a la incomunicación.

Ese espíritu de muro ha ido filtrándose a la vida pública, a los medios de comunicación, a las instituciones y también a los espacios más cercanos, donde la política debería servir para unir. Lugo ofrece estos días un ejemplo elocuente. Dos celebraciones vecinales casi simultáneas — el Día do Veciño, organizado por la Federación Lucus Augusti, y la fiesta de Xuntos por Lugo en A Ponte — reunieron, separadas escasos metros por el río Miño, a miles de personas cada una. Dos convocatorias masivas, repletas de música, comida y alegría, pero también dos símbolos de una fractura: un movimiento vecinal dividido, asociaciones escindidas y vecinos que ya no comparten mesa ni proyectos en común.

Inicialmente, la Federación de Asociaciones Vecinales había servido como un espacio de encuentro, donde se discutían las necesidades de los barrios y se reclamaban mejoras para todos. Hoy, según se desprende de las propias crónicas locales, se percibe una politización creciente, un acercamiento al poder de turno y una pérdida del espíritu reivindicativo independiente que le dio sentido en sus orígenes. La aparición de colectivos alternativos, con notable capacidad organizativa y respaldo social, es más una reacción a esa deriva que una simple competencia entre ellos.

Lo preocupante no es que existan distintas sensibilidades — eso es sano en democracia —, sino que la receta de los muros haya sustituido a la de los puentes. En lugar de tender pasarelas entre orillas distintas, se levantan parapetos que separan a unos y otros, incluso dentro del mismo barrio o parroquia. Y mientras tanto, la ciudad sigue esperando que alguien se siente a hablar de lo que realmente debería importar: los problemas de aparcamiento, la falta de viviendas, las infraestructuras pendientes, la promoción de nuestro patrimonio, el envejecimiento, el exceso de burocracia que ralentiza todas las iniciativas privadas...

Llevamos demasiado tiempo viendo que los plenos municipales, reflejo de la política local, se han convertido en monólogos de sordos en que se lleva escrita la respuesta antes de escuchar siquiera el planteamiento. Sabemos lo que dirán unos y otros antes de cruzar la puerta de lo que debiera ser un lugar de diálogo y entendimiento.

Construir puentes no significa renunciar a las diferencias, sino aceptarlas como parte del cauce común. Los ríos, cuando encuentran obstáculos, buscan un nuevo recorrido, pero nunca se detienen.  Lugo necesita menos muros y más puentes en su río: vecinos y responsables públicos capaces de cruzar al otro lado para escuchar, comprender y sumar.

Porque las ciudades no se levantan a golpe de construir muros, sino con la voluntad diaria de quienes prefieren un puente a una trinchera.

Muros e Ríos

Desde o inicio da lexislatura, o presidente Sánchez repite que o seu propósito foi e é levantar un “muro” fronte á dereita que gañou as eleccións. A expresión, máis aló da súa eficacia electoral, simboliza unha forma de entender a política: dividir o país en dúas metades, se é posible irreconciliables, converter ao adversario en inimigo e o diálogo en algo sospeitoso. Os muros levántanse con ladrillos de medo e con cemento de resentimento, protexen a quen os constrúe, pero condenan a todos á incomunicación.

Ese espírito de muro foi filtrándose á vida pública, aos medios de comunicación, ás institucións e tamén aos espazos máis próximos, onde a política debería servir para unir. Lugo ofrece estes días un exemplo elocuente. Dúas celebracións veciñais case simultáneas — o Día do Veciño, organizado pola Federación Lucus Augusti, e a festa de Xuntos por Lugo na Ponte — reuniron, separadas escasos metros polo río Miño, a miles de persoas cada unha. Dúas convocatorias masivas, repletas de música, comida e alegría, pero tamén dous símbolos dunha fractura: un movemento veciñal dividido, asociacións escindidas e veciños que xa non comparten mesa nin proxectos en común.

Inicialmente, a Federación de Asociacións Veciñais servira como un espazo de encontro, onde se discutían as necesidades dos barrios e reclamábanse melloras para todos. Hoxe, segundo despréndese das propias crónicas locais, percíbese unha politización crecente, un achegamento ao poder de quenda e unha perda do espírito reivindicativo independente que lle deu sentido nas súas orixes. A aparición de colectivos alternativos, con notable capacidade organizativa e respaldo social, é máis unha reacción a esa deriva que unha simple competencia entre eles.

O preocupante non é que existan distintas sensibilidades — iso é san en democracia —, senón que a receita dos muros substituíse á das pontes. En lugar de tender pasarelas entre beiras distintas, levántanse parapetos que separan a uns e outros, mesmo dentro do mesmo barrio ou parroquia. E mentres tanto, a cidade segue esperando que alguén sente a falar do que realmente debería importar: os problemas de aparcamento, a falta de vivendas, as infraestruturas pendentes, a promoción do noso patrimonio, o envellecemento, o exceso de burocracia que retarda todas as iniciativas privadas...

Levamos demasiado tempo vendo que os plenos municipais, reflexo da política local, convertéronse en monólogos de xordos en que leva escrita a resposta antes de escoitar sequera a formulación. Sabemos o que dirán uns e outros antes de cruzar a porta do que debese ser un lugar de diálogo e entendemento.

Construír pontes non significa renunciar ás diferenzas, senón aceptalas como parte do leito común. Os ríos, cando atopan obstáculos, buscan un novo percorrido, pero nunca se deteñen.  Lugo necesita menos muros e máis pontes no seu río: veciños e responsables públicos capaces de cruzar alén para escoitar, comprender e sumar.

Porque as cidades non se levantan a golpe de construír muros, senón coa vontade diaria de quen prefire unha ponte a unha trincheira.


miércoles, 15 de octubre de 2025

El valor de una propuesta ciudadana

Cada cuatro años los ciudadanos elegimos a nuestros representantes en los concellos con la esperanza de ver mejorados nuestros pueblos y ciudades, conforme a las ideas, programas y valores que defendemos. Pero ser elegido en las urnas no es suficiente si durante ese periodo de tiempo los gobiernos actúan como si el voto recibido fuese un cheque en blanco. Mucho menos cuando ese poder se ejerce desde legítimas coaliciones de quienes obtuvieron menos votos que aquellos que se quedaron a las puertas de una mayoría absoluta.

Se habla mucho de participación ciudadana, pero ésta no puede ni debe limitarse a votar cada cierto tiempo, sino a escuchar las propuestas individuales o colectivas que con rigor se trasladan a los órganos de gobierno. La participación consiste en entender que los asuntos de la ciudad pertenecen a todos y no solo a alcaldes y concejales.

Las ultimas noticias relacionadas con el futuro de la estación de autobuses transcienden lo arquitectónico. Lo que ahora está en juego no es sólo qué hacer con un edificio que en poco tiempo dejará de cumplir su principal cometido, sino cómo decidimos construir ciudad: dejando abierta la puerta a la participación ciudadana o tomando decisiones en solitario desde un despacho.

La propuesta presentada por Lugo Monumental no es una ocurrencia ni una defensa romántica del pasado, se trata de una invitación a pensar Lugo con mirada social y práctica, aprovechando infraestructuras existentes y reforzando la vitalidad del centro urbano; una muestra de compromiso ciudadano que surge de la experiencia directa, que no nace del poder, sino del deseo de contribuir a mejorar nuestra ciudad. 

Por otro lado, una parte del gobierno local viene proponiendo la demolición del edificio, que, por sus consecuencias irreversibles además de argumentos técnicos o urbanísticos, debería someterse a un dialogo previo, a escuchar a quienes habitan la ciudad y deseen opinar.

Cada vez que un colectivo, en este caso varios, como Lugo Monumental, reconocidos arquitectos, ADEGA... presentan una propuesta con rigor y visión de futuro, el Concello debería considerarla un activo, nunca una molestia. Desaprovechar este valor sería un error que se mide en pérdida de calidad democrática.

La actual estación de autobuses es más que un edificio, es un espacio cargado de historia y posibilidades. Optar entre darle nuevos usos, manteniendo el objetivo de que muchos viajeros puedan acceder a sus destinos a pocos metros de la Muralla, o convertirla en toneladas de escombros, dependerá de la actitud de quienes deciden.

He tenido la suerte de recorrer durante mi vida muchas ciudades europeas y pude comprobar cómo en pocos lugares se derrumban estaciones de trenes o aeropuertos para hacer uno nuevo, como se hizo en Santiago. Más bien apuestan por reutilizar y construir con la memoria. Lugo ahora tiene la oportunidad de optar entre borrar o reinventar, y como ya han propuesto algunas voces, la decisión no debería salir de un sólo despacho. Un concurso de ideas, al margen de la política, podría enriquecer el abanico de soluciones y dar ejemplo de transparencia y participación real.

Las propuestas que hemos conocido, nacidas de colectivos y profesionales de la arquitectura, apuestan por reutilizar y modernizar, sin olvidar que modernizar no consiste en derribar, sino en construir consensos.

O valor dunha proposta cidadá

Cada catro anos os cidadáns eliximos os nosos representantes nos concellos coa esperanza de ver mellorados os nosos pobos e cidades, conforme ás ideas, programas e valores que defendemos. Pero ser elixido nas urnas non é suficiente se durante ese período de tempo os gobernos actúan coma se o voto recibido fose un cheque en branco. Moito menos cando ese poder exércese desde lexítimas coalicións de quen obtivo menos votos que aqueles que quedaron ás portas dunha maioría absoluta.

Fálase moito de participación cidadá, pero esta non pode nin debe limitarse a votar cada certo tempo, senón a escoitar as propostas individuais ou colectivas que con rigor trasládanse aos órganos de goberno. A participación consiste en entender que os asuntos da cidade pertencen a todos e non só a alcaldes e concelleiros.

As últimas noticias relacionadas co futuro da estación de autobuses transcenden o arquitectónico. O que agora está en xogo non é só que facer cun edificio que en pouco tempo deixará de cumprir o seu principal labor, senón como decidimos construír cidade: deixando aberta a porta á participación cidadá ou tomando decisións en solitario desde un despacho.

A proposta presentada por Lugo Monumental non é unha ocorrencia nin unha defensa romántica do pasado, trátase dunha invitación para pensar Lugo con mirada social e práctica, aproveitando infraestruturas existentes e reforzando a vitalidade do centro urbano; unha mostra de compromiso cidadán que xorde da experiencia directa, que non nace do poder, senón do desexo de contribuír a mellorar a nosa cidade. 

Doutra banda, unha parte do goberno local vén propoñendo a demolición do edificio, que, polas súas consecuencias irreversibles ademais de argumentos técnicos ou urbanísticos, debería someterse a un dialogo previo, a escoitar a quen habita a cidade e desexen opinar.

Cada vez que un colectivo, neste caso varios, como Lugo Monumental, recoñecidos arquitectos, ADEGA... presentan unha proposta con rigor e visión de futuro, o Concello debería considerala un activo, nunca unha molestia. Desaproveitar este valor sería un erro que se mide en perda de calidade democrática.

A actual estación de autobuses é máis que un edificio, é un espazo cargado de historia e posibilidades. Optar entre darlle novos usos, mantendo o obxectivo de que moitos viaxeiros poidan acceder aos seus destinos a poucos metros da Muralla, ou convertela en toneladas de entullos, dependerá da actitude de quen decide.

Tiven a sorte de percorrer durante a miña vida moitas cidades europeas e puiden comprobar como en poucos lugares derrúbanse estacións de trens ou aeroportos para facer un novo, como se fixo en Santiago. Máis ben apostan por reutilizar e construír coa memoria. Lugo agora ten a oportunidade de optar entre borrar ou reinventar, e como xa propuxeron algunhas voces, a decisión non debería saír dun só despacho. Un concurso de ideas, á marxe da política, podería enriquecer o abanico de solucións e dar exemplo de transparencia e participación real.

As propostas que coñecemos, nacidas de colectivos e profesionais da arquitectura, apostan por reutilizar e modernizar, sen esquecer que modernizar non consiste en derrubar, senón en construír consensos.

miércoles, 1 de octubre de 2025

Octubre: fiestas aquí, guerras allá

Hoy comienza el mes de octubre, con el otoño ya iniciado, y hablar de octubre en Lugo es hablar de San Froilán, de la Festa da Faba en Lourenzá o de As San Lucas en Mondoñedo, entre otros acontecimientos.

Entre todos ellos, sin duda, el que alcanza mayor grado de concurrencia es el San Froilán, la fiesta de otoño más importante de Galicia, y lo digo sin pasión de lucense. Son unas fiestas con un sabor especial, donde el pulpo se convierte en uno de sus grandes atractivos: pandillas, compañeros de trabajo o familias compartiendo mesa con risas y conversaciones que seguramente distan mucho de las noticias que en estos días nos transmiten desde la radio, la televisión, los periódicos o las redes sociales. Imágenes de destrucción en conflictos lejanos, pero que no por ello nos dejan indiferentes.

Antes de disfrutar de esas conversaciones acompañadas del sabroso cefalópodo con cachelos, buen aceite, pan y todo regado con un Mencía, me gustaría compartir una reflexión provocada por lo que estamos viviendo: todo ese ruido exterior que contrasta con la calma del entorno familiar y de amistad de estas fiestas.

Se nos habla incesantemente de Ucrania y ahora de Gaza, y claro que lo merecen, pero al mismo tiempo me inquieta y me sorprende que en ningún medio se recuerden, aunque sea de pasada, los graves conflictos existentes en otros lugares del planeta, con consecuencias y cifras difíciles de entender y aceptar.

Me pregunto por qué son ignorados, olvidados o silenciados los enfrentamientos en Sudán, con millones de desplazados, hambruna y miles de muertos. O por qué ya no se habla de la crisis de hambre en Afganistán, donde más de diez millones de personas necesitan asistencia y millones de niños sufren desnutrición. O también por qué no se olvidan los más de seis millones de desplazados internos en la República Democrática del Congo, que están causando altas tasas de inseguridad alimentaria, brotes de enfermedades y graves dificultades para hacer llegar la ayuda humanitaria. Lo mismo podría decir de la hambruna y la necesidad de ayuda a millones de personas en Yemen, Somalia, el Sahel central, o de las matanzas incesantes en Haití, con más de un millón de desplazados en lo que va de este año. Son muchos más los que cabría citar, pero necesitaría una página completa para mencionarlos.

Está claro que no hay una única razón por la que se ignoren estas crisis o por la que no ocupen titulares. Seguramente una de ellas sea la llamada “fatiga informativa”: la larga duración en el tiempo hace que tiendan a desaparecer de la agenda pese a su importancia. Lo hemos visto recientemente con la guerra en Ucrania y cómo está siendo desplazada por la barbarie en Gaza.

No estaría mal que el octubre en Lugo nos haga reflexionar sobre lo que significa la paz cotidiana: poder disfrutar de unas raciones de pulpo, compartir buenos ratos con los nuestros, al tiempo que pensemos que en otros lugares hay millones de personas que no tienen la paz que aquí damos por hecha.

Que estos contrastes nos sirvan para valorar lo que tenemos aquí en octubre, sin olvidar lo que acontece también en este mes en lugares más lejanos.


Outubro: festas aquí, guerras alá

Hoxe comeza o mes de outubro, co outono xa iniciado, e falar de outubro en Lugo é falar de San Froilán, da Festa dá Faba en Lourenzá ou de As San Lucas en Mondoñedo, entre outros acontecementos.

Entre todos eles, sen dúbida, o que alcanza maior grao de concorrencia é o San Froilán, a festa de outono máis importante de Galicia, e dígoo sen paixón de lucense. Son unhas festas cun sabor especial, onde o polbo convértese nun dos seus grandes atractivos: cuadrillas, compañeiros de traballo ou familias compartindo mesa con risas e conversacións que seguramente distan moito das noticias que nestes días transmítennos desde a radio, a televisión, os xornais ou as redes sociais. Imaxes de destrución en conflitos afastados, pero que non por iso déixannos indiferentes.

Antes de gozar desas conversacións acompañadas do saboroso cefalópodo con cachelos, bo aceite, pan e todo regado cun Mencía, gustaríame compartir unha reflexión provocada polo que estamos a vivir: todo ese ruído exterior que contrasta coa calma da contorna familiar e de amizade destas festas.

Fálasenos incesantemente de Ucraína e agora de Gaza, e claro que o merecen, pero ao mesmo tempo inquiétame e sorpréndeme que en ningún medio lémbrense, aínda que sexa de pasada, os graves conflitos existentes noutros lugares do planeta, con consecuencias e cifras difíciles de entender e aceptar.

Pregúntome por que son ignorados, esquecidos ou silenciados os enfrontamentos en Sudán, con millóns de desprazados, fame negra e miles de mortos. Ou por que xa non se fala da crise de fame en Afganistán, onde máis de dez millóns de persoas necesitan asistencia e millóns de nenos sofren desnutrición. Ou tamén por que non se esquecen os máis de seis millóns de desprazados internos na República Democrática do Congo, que están a causar altas taxas de inseguridade alimentaria, brotes de enfermidades e graves dificultades para facer chegar a axuda humanitaria. O mesmo podería dicir da fame negra e a necesidade de axuda a millóns de persoas en Iemen, Somalia, o Sahel central, ou das matanzas incesantes en Haití, con máis dun millón de desprazados no que vai deste ano. Son moitos máis os que cabería citar, pero necesitaría unha páxina completa para mencionalos.

Está claro que non hai unha única razón pola que se ignoren estas crises ou pola que non ocupen titulares. Seguramente una delas sexa a chamada “fatiga informativa”: a longa duración no tempo fai que tendan a desaparecer da axenda a pesar da súa importancia. Vímolo recentemente coa guerra en Ucraína e como está a ser desprazada pola barbarie en Gaza.

Non estaría mal que o outubro en Lugo fáganos reflexionar sobre o que significa a paz cotiá: poder gozar dunhas racións de polbo, compartir bos intres cos nosos, á vez que pensemos que noutros lugares hai millóns de persoas que non teñen a paz que aquí damos por feita.

Que estes contrastes sírvannos para valorar o que temos aquí en outubro, sen esquecer o que acontece tamén neste mes en lugares máis afastados.